Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
Yo siempre paso por los días festivos de los demás, a través de la ingente cantidad de fotos que suben a las redes sociales, estoy allí presencialmente, sentado con ellos, pero, claro, nadie me puede ver porque en realidad mi cuerpo está tumbado en un sofá, pero físicamente también estoy allí ya que lo veo todo en todas partes, veo cada fragmento de cada gesto, toda la gente, sus caras, su momento de olvidar todo lo cotidiano, aunque realmente no se olvida nada. Sólo se atenúa con el alcohol servido en barras de caseta y amigos que cuando todo desaparece, vuelve la rutina y los problemas que se enmascaran y se disimulan entre todas las idas y venidas, los trasiegos y los tráfagos. Pasando por allí siempre vivo en pie de guerra como el que nunca deja la batalla ni de día ni de noche, ni en festivos, sábados o domingos. Me abrazo sólo al festivo para aparecer en los antros oscuros de las calles céntricas, y tampoco es festivo, es sólo parte de la filigrana continua de los días, ausentándome a diario y apareciendo en los días en medio de las fiestas, que también son fiestas y resacas de otras fiestas. Llamo a todo el mundo a deshoras porque ya no existen las horas ni los días. También me llaman todos a deshoras y siempre contesto, en esa conexión ininterrumpida con todos, como una comunión universal donde todos están conectados con todos todas las horas y al mismo tiempo desconectados de los que no podemos atender. No sólo soy yo la persona sin horarios, en realidad son todos, somos todos. Solo los poderosos no lo son, perfectos ungidos con la dicha de poder apagar el móvil, no atender el WhatsApp, no mails, tanto en festivo como en laborable, porque también son incapaces de responder a todos los demás. Pero no es una dicha, es sólo un privilegio. Por dentro ansían que se acabe el festivo para devolver la llamada a cada uno que lo ha importunado, uno por uno, todos los WhatsApp, todos los mails, o directamente ninguno, ya sea en festivo o laborable, en hora o deshora. Y entran en el caos del no protocolo, contestar, devolver, escribir al azar. Pensando que son dueños de su arbitrariedad para atender o no a los horarios o a los calendarios. El poderoso es el que puede ignorar a todos y al mismo tiempo le reconcome no atender a todos. Todos eran sus hijos. Todos sus hijos, todos sus grandes padres, todos con corbata, todos con chaqueta, excepto los días festivos.
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