La Rambla
Julio Gonzálvez
Ya estamos en diciembre
Antes, en la espesa nada de la juventud, diciembre era un mes de excesos inocentes donde nos llevaba la cabeza y el cuerpo. Las viejas costumbres de aquellas fechas, agazapadas en tu interior, volvían cada año y te desbordaban los instantes vividos agotado por la rutina, pero eras feliz. Diciembre siempre estaba ahí, formando parte de la vida descolocada llena de cotidianas peripecias. Quién no ha sentido la punzada frenética de un mes como este tan cargado de resúmenes de un año de sacrificios, solidaridades y obligaciones. Comenzaba diciembre y todo era un prepararse para recorrer los escaparates, sucumbir a sus reclamos y a la luminaria de las calles bajo el cielo filoso del solsticio. También era el paso por la vida que se llevaba el mes con la última uva, pero eras feliz. Existía la regla no escrita de los días en familia llenos de nada y celebraciones de aceite y palabras medidas y abrazos auténticos, impagables, sobornado por brindis bajados del cielo para abrazarnos. Y aunque la suerte no se aliara contigo te contagiabas en los telediarios con la felicidad de los agraciados de la lotería, te resignabas y te reías de esa salvaje mala suerte la tuya, consciente de que el azar suele resultar con frecuencia lo más sensato. Es verdad que este país nunca ha sabido vivir sin antagonismos. Llegaba diciembre y nunca te salías del eje de la normalidad, pero desde que la polarización se instaló en nuestras vidas siempre habrá alguien que te observa con lupa. Así que, cuando lleguen los días señalados de esta navidades, un paseo al relente de la noche puede ser un antídoto para no romper el ritmo de otras vidas que no están a la intemperie con sus temores, angustias, miedos intempestivos o furias inocentes. Deja las horas pasar, sin que se te ocurra mentar la política y, como si volvieras a tu infancia, procura que diciembre sea un regalo con el que revivir recuerdos familiares dentro de una familia que no elegiste, pero que está ahí y la quieres y te quieren. Y antes de que el televisor te pase imágenes que Sofonías ya profetizaba en la Biblia contra la destrucción masiva de Gaza; antes de que Putin lance otro misil supersónico sobre el cielo negro de Ucrania; antes de la próxima embestida de Trump y antes de que te altere aún más el relato de la convulsa política del país, atrapada por un futuro que parece no existir, sé feliz. En este mes tan especial lo prudente es callar para no alimentar histerismos ni incendiar el odio ideológico que hiere y divide. Habla lo preciso para poder entendernos y cuando llegues a casa y entres al salón, déjate caer en un sillón, engánchate al mejor relato de la vida que es tu familia y, al menos, estas Navidades sé feliz.
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