
Abierto de Noche
Francisco Sánchez Collantes
Martes
Vivimos tiempos convulsos y efervescentes. Y no lo digo en el sentido más negativo de la manida expresión. Tal vez estemos en uno de esos raros periodos de la historia de la humanidad que destacan por ser, en términos globales, especialmente pacíficos. Aunque nos pueda parecer a veces lo contrario sobre estimulados por las imágenes de las guerras de Ucrania o Palestina, lo cierto es que nunca tanta gente ha vivido tan bien en el mundo. Ya nos resultan tan lejanas y ajenas las grandes guerras en las que los muertos se contaban por decenas de millones, que apenas somos capaces de distinguir emociones entre una escena del desembarco de Normandía o la de una batalla entre Orcos y Elfos en la gran pantalla.
Cuando me refiero a convulso, lo hago en el sentido de dinámico, o agitado en grado extremo, y cuando digo efervescente, lo hago en relación a lo efímero, inmediato y rápido. Estoy leyendo ahora un libro, el cual recomiendo por su lectura asequible y entretenida, que me hace reflexionar sobre esto. Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson. En el fondo, es uno de tantos libros de divulgación, que se aproxima a la historia de la ciencia, y que pasa por los grandes hitos de la astronomía, la geología, la física o la biología, lleno de anécdotas y curiosidades de los protagonistas que marcaron un hito en sus respectivas disciplinas y que por ende, cimentaron el avance de los que les siguieron. En todas estas historias, encuentro un factor común. Por muy productivas que llegasen a ser estas privilegiadas mentes, pasaban años madurando y reflexionando sus ideas. Su conocimiento original e imaginativo requirió de un estudio previo concienzudo y pausado de disciplinas y técnicas ancestrales no siempre fácilmente asequible. Bien fuese para apoyarse en ello, bien para ponerlo en cuestión, el tiempo ocupaba su lugar en el emocionante proceso creativo.
Hoy en cambio, todo es inmediatez y vorágine. Hay una infinita cantidad de información al alcance. Tanta que ya no somos capaces ni de distinguir cual es la que queremos en cada momento. Sentimos la necesidad de satisfacer nuestra curiosidad en segundos, y cuando esto no sucede, perdemos rápido el interés con la frustrante sensación de estar perdiendo el tiempo. Si por algo pasará a la historia nuestra generación, será por la hiperbólica capacidad de hacer scroll con el dedo en la pantalla del teléfono.
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