Fármaco de la memoria

25 de julio 2024 - 03:08

Decía Platón que la escritura es el fármaco de la memoria. En efecto, es cierto que, a través de lo escrito, se conserva el recuerdo de las ideas expresadas y de la descrita realidad de las cosas y del mundo humano. Aunque el creador de la Academia otorgaba más importancia a lo hablado, porque se podía modificar al momento en el propio discurso, consideraba que plasmar en el papel las palabras servía para eternizar lo pensado o expresado y dar testimonio de ello. No en vano, ya desde los tiempos más antiguos, todo lo relativo a la actividad comercial y a las instituciones que conforman los gobiernos es puesto por escrito.

Los códigos legales y las recaudaciones de impuestos, tasas, etc., quedaban registrados de forma escrita. Incluso los Acta Diurna en la antigua Roma se difundían y eran una especie de periódicos que recogían las principales noticias. De hecho, Julio César ordenó que las decisiones diarias del Senado, incluyendo sentencias judiciales, decretos y proyectos de ley y también sucesos de diversa naturaleza, fueran hechas públicas en el año 59 antes de Cristo.

Como se puede observar esto es una muestra más de que la función de las palabras escritas es fundamental, para dar a conocer todo tipo de cuestiones a los ciudadanos, en la época republicana e imperial de Roma mucha gente era analfabeta, pero eso no impedía que se enteraran de las noticias, por medio de los pregoneros que las leían en voz alta. En cualquier caso, se distribuían miles de copias de las actas diurnas para su lectura, por parte de los ciudadanos romanos. Ciertamente, el derecho es un ejemplo más junto a la literatura, la filosofía, la historia y las diversas ciencias, de la necesidad de fijar por escrito conocimientos, técnicas y contenidos diversos, que son esenciales para la conformación de una sociedad civilizada bien organizada. El disfrute de la lectura se ha universalizado desde ya hace muchos años, aunque la mitad de las personas en España, por ejemplo, no lee nunca libros. Es un dato que da que pensar.

El progreso de las sociedades y de los Estados está basado en gran medida en la conservación de contenidos, por medio de documentos y libros que permiten o hacen posible, que el conocimiento se difunda a través de los siglos y sea la base del desarrollo de las ciencias y de otras muchas disciplinas. Todos los inventos y descubrimientos en el ámbito científico y también en el campo médico aparecen en artículos científicos y libros o tratados, que son imprescindibles para los investigadores. Porque la ingente masa de contenidos y conocimientos que se crea cada año no podría ser conservado y utilizado sin estar registrado de forma escrita.

Es un hecho irrefutable. Desde el siglo XVIII lo publicado ya era realmente inabarcable. Leibniz que fue un gran filósofo y polímata y que falleció en 1716 fue el último gran genio, que prácticamente lo leía todo de forma voraz y escribía prodigiosamente, a razón de diez páginas diarias. Escribió 200.000 páginas en total. El mismo Aristóteles daba una enorme importancia a la escritura de sus libros o tratados de biología y filosofía, ya que poseía una mente científica y enciclopédica. Fue un prodigioso investigador en todos los saberes, que aumentó con su portentosa inteligencia. Aunque se han perdido, lamentablemente, la mitad de sus escritos, con los libros que se han conservado después de más de 2.300 años, podemos decir que sus investigaciones están presentes, ante nuestra vista o capacidad de lectura, a través de traducciones a las distintas lenguas.

Aunque Aristóteles practicaba la lectura en silencio, muchos de sus coetáneos estaban acostumbrados a leer los libros en voz alta. El mismo Estagirita acumuló una colección de libros impresionante, tal vez unos diez mil, de modo particular. Las clases de Aristóteles parece ser, según las últimas investigaciones realizadas por John Sellars, que eran más bien seminarios para discípulos avanzados. Otra cuestión destacable es que, generalmente, aunque había tres peripatos en el Liceo, el Estagirita parece ser que acostumbraba a impartir sus lecciones o conferencias en aulas y no tanto paseando, como dice la tradición. Básicamente, porque prefería explicar las cuestiones, al igual que su gran amigo Teofrasto, que era filósofo y botánico con datos y de forma pormenorizada y, quizás, con el auxilio de esquemas en una pizarra o con métodos similares.

Es preciso recordar que la cultura grecolatina era más oral que escrita. De todos modos, es evidente que conocemos las principales obras de los mejores oradores, filósofos, dramaturgos, poetas, historiadores, políticos, etc., por medio de sus escritos que llegaron a la posteridad.

Actualmente, la producción o creación de artículos y libros es realmente exponencial y aumenta, con el transcurso de los años y se entiende perfectamente la razón de porqué sucede. En conclusión, escribir es tan importante como hablar, al menos, si no más. También es cierto que con los sistemas de grabación actuales y con la Inteligencia Artificial, en los vídeos se puede leer lo que se dice, por medio de la transcripción, en forma escrita, de la voz en texto.

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