El fantasma de Tices

06 de abril 2025 - 03:11

Hace unos días tuve la oportunidad de volver a visitar el santuario de Tices, a pocos kilómetros del hermoso pueblo de Ohanes, que tiene dos grandes pasiones cada año, los toros de San Marcos, y ese quince de agosto en el que sube a Tices a bajar a su Virgen de la Consolación y tenerla en el pueblo unos meses. Hace años para que les ayudara a tener una buena cosecha uvera durante la recolección, para devolverla a su santuario cuando llegaba el mes de noviembre, hoy, sin la uva de aquellos años, solo por el placer de que esté más cerca de ellos.

Tices tiene también sus milagros que contar a los visitantes, como el de aquel soldado que postrado a descansar en el lugar, no puedo levantar la pequeña imagen de la Virgen que llevaba en su petate, y que le obligó a dejarla en aquellas tierras, e iniciar lo que hoy es él santuario, o el de aquel arzobispo, de apellido Moscoso, que se puso enfermo en una visita pastoral a la zona, se moría el hombre y no encontraban forma de curarle, alguien manifestó que el aceite de una de las lámparas podría salvarle la vida. Y así fue.

Pero Tices, el Santuario dedicado a Nuestra Señora de la Consolación también tiene su fantasma. Fueron cuarenta y cuatro años dedicados al santuario, se la veía siempre vestida de negro, haciendo ganchillo, bordando paños para la Virgen, limpiando, lavando, cuidando siempre de la casa de La Señora y de los peregrinos que hasta Tices subían. Contaban aquellos que, durante las noches, sentían que unas manos acariciaban sus caras, que una figura estaba delante de la cama y los miraba con cariño y fervor.

Durante años no se habló del fantasma de Tices, ha sido en la nueva etapa, cuando se ha vuelto a abrir y se han arreglado sus aposentos dando cobijo de nuevo a los peregrinos, cuando ha vuelto aquel fantasma a formar parte de la vida del santuario. Las voces han vuelto a hablar de ello, de la figura, el cariño y ternura que desprende su mirada, o de la sensación de que unas manos te acarician la cara, como una brisa de aire fresco.

Antonio, el hombre que sobre sus espaldas descansa el trabajo de lo que se quiere que sea el Santuario, recomienda que, en estos casos, si le tiene miedo al fantasma de Tices, no abra los ojos, no le hará ningún daño, se trata de aquella mujer, vestida de negro, que durante décadas estuvo viviendo aquí, nunca se ha querido marchar y sigue recorriendo los aposentos cuidando la noche de los peregrinos con su mirada de cariño. Se llama Consuelo.

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