El ‘fake’, un veneno rentable

Gafas de cerca

18 de agosto 2024 - 03:11

Una de las personas menos dotadas para meter trolas que he conocido abanderó durante un tiempo una especie de principio: “Soy firme partidario de la mentira”. Cuando se lo oía decir, yo me quedaba tan pasmado como él ancho, aunque era claro que se refería a la mentira “piadosa”. Todos presumimos a veces de lo que no somos ni fuimos. “Tengo un pronto malísimo”, “Jugaba de número diez en el juvenil, pero era indolente y por eso no llegué”, “Renuncié al ascenso por dignidad, y me fui de la empresa”. Pecadillos, faltas leves.

Inolvidable en la gestión del pecado fue el jesuita, cardenal y arzobispo de Milán Carlo Martini, un estratega de su oficio, cuando dijo que era una opción razonabilísima abrazar el catolicismo, una fe que hace posible alcanzar el perdón divino en un confesionario. Sufrir la culpa y pelear con la conciencia, ya eso va en cada cual. La conciencia, con y sin religión, es un atributo humano tendente a ser maleable a demanda del pecador. En días como estos, la mentira ubicua cursa implacable, sin ternura ni conciencia, sin penitencia ni gaitas. Siempre existirá el embuste de tropa y barra; pero va imperando la falsedad sistémica. Venenosa para muchos, y rentable para unos pocos.

El término “posverdad” (1992) lució un par de décadas. Significaba “distorsión de la realidad la mano de la manipulación y la emocionalidad, para influir en la opinión pública y en las actitudes sociales”. O sea, la propaganda de toda la vida. Mutatis mutandi, las falsedades (fakes) en las redes sociales y los contenidos que distribuyen los buscadores de internet amenazan con superar de largo a los contenidos fiables. Sería ingenuo defender que el mundo de ayer –el predigital– era más puro y veraz que el que vivimos. Pero también lo sería negar que el rumor, la insidia y su mala leche o los embaucadores comerciales son hoy incomparables a nada previo, por masivos. En cualquier momento de día, con sólo apretar un botón, nos lanzamos como chovas a por los cebos de los fakes, los tahúres en la inmensa mesa de la comunicación contemporánea. El fake suele ser hermano siamés de la cookie, una información personal –de millones de personas– de la que dispone el patrón del sitio web en el que navegas como un bendito. El poder empresarial nunca estuvo tan concentrado en el planeta, y va en vaqueros. Este dato es constatable, no es fake.

(Tras una reciente sentencia federal, el Departamento de Justicia estadounidense se plantea trocear Google en aplicación de la ley antimonopolio: el gigante con sede en California acapara el 90% de las búsquedas en internet.)

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