Reflejos
Francisco Bautista Toledo
Víspera de difuntos
En el último pleno celebrado la semana pasada Alberto Núñez Feijó, en un alarde de sapiencia, comparó el gobierno de Pedro Sánchez con el franquismo. Pero, si en algo se pareciesen, el PP no habría podido tumbar ese mismo día la ley para regular los alquileres de temporada, uniendo sus votos a la ultraderecha de VOX y a los separatistas de JUNTS. Franco se bastaba solo para dictar leyes en virtud del Decreto de Defensa Nacional de 29 de septiembre de 1936 que le atribuyó “suprema potestad para dictar normas jurídicas de carácter general”. Dicha potestad legislativa le fue respetada por las leyes de 30 de enero de 1938 y 8 de agosto de 1939, que estuvieron vigentes hasta el día de su muerte. El Parlamento era una cámara de adorno formada por instituciones sociales que estaban bajo la potestad de Franco en un sistema denominado “democracia orgánica”. Con semejante panorama, derechos y libertades de los que gozamos en estos tiempos, estaban prohibidos en el franquismo por ser contrarios a los principios de un dictador que marchaba bajo palio en las procesiones. Entonces el matrimonio era indisoluble y hoy vemos cuantas parejas fracasadas han podido rehacer su vida gracias a la ley del divorcio de 1981. Incluso algunos de los 128 parlamentarios que en su día votaron en contra no han tenido ningún reparo en beneficiarse de dicha ley. Y quienes en la dictadura franquista podían ser condenados a penas de cárcel, por su condición sexual en virtud de una ley llamada de vagos y maleantes, hoy pueden contraer matrimonio con una persona de su mismo sexo y celebrarla a bombo y platillo como lo hiciera el vicepresidente primero del Senado, Javier Maroto, con una lista de ilustres invitados que habían votado en contra. El plan de regeneración democrática que incluye medidas para luchar contra los bulos, y que ha sido el motivo de comparar a este gobierno con el franquismo, no tiene nada que ver con la censura franquista, cuando el cine más cercano para ver “El último tango en Paris” estaba en Perpiñán. Una cosa es luchar contra los bulos intencionados que provocan informaciones falsas y perjudican la transparencia en una democracia, y otra ponerle límites a la libertad de expresión en todo aquello que un dictador determine. Hay que tener cuidado con lo que se dice, porque haciendo tales comparaciones uno puede quedar como un perfecto ignorante y es preocupante que un aspirante a presidir algún día el gobierno viva en la higuera.
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