El Pingurucho
Adriana Valverde
Perdemos capitalidad
Leer y ver cine es una forma de sobrevivir para resarcirme del abuso que nos atrapó a los de mi generación en aquella oscuridad de la dictadura. Veo tanto cine como leo. Y cada libro y cada película me lleva a aquella otra, o a tal otro libro. Para mí, estos hábitos adquiridos entre sombras son estados de plenitud, porque ambas cosas convergen en un espacio que no es mío, sino del autor del libro o la película y, cuando me atrapan, me prendo y bullo en cada uno a mi antojo.
Vengo de una generación paciente donde se forjaron sueños a través del cine y los libros, que eran una forma de romper el insano silencio que imponía aquella autarquía. Luego, a la hora de dormir cada uno soñaba con sus héroes preferidos, o recorría océanos con los libros y cómics de aventuras en forma de sueños que yo, en la sobriedad de una habitación infantil, luego desmadejaba en un bloc en forma de relatos con destino a ninguna parte.
Quizás por eso hoy llegar a mi edad sea un incendio de pavesas, sí, pero con el vigor suficiente para escudriñarlo todo, tal y como observé casualmente la semana pasada, cerca del Mercado Central, en la confluencia con Obispo Orberá. Algún mandamás del ayuntamiento ordenó expurgar y apilar libros y deuvedés del cine clásico en medio de la calle. Aquello me pareció una orgía cultural del ayuntamiento a costa de la literatura y el cine español y universal.
Desconozco las motivaciones que llevaron al concejal responsable para expurgar libros que alimentaron y sostuvieron tiempos de soledades de cientos de almerienses -práctica que no censuro ya que el expurgo puede entenderse como una tarea más de la gestión bibliotecaria-. Pero nadie sabrá responder si en esa decisión se ha preservado el fondo local y patrimonial, si se han analizado los posibles destinos dados al expurgo, si se conservan las colecciones en otro lugar de almacenamiento con otro status, si se han donado y si, bajo ese criterio, se ha contemplado su cesión a centros escolares de la periferia de la ciudad, por ejemplo, como resguardo contra el olvido. Curiosamente, de ese acopio de libros he rescatado un personaje, Melchor Ferrer Dalmau, personaje que hoy representaría una nueva forma de “Alzamiento Nacional”, por si encuentro en su vasta obra de la “Historia del tradicionalismo español” cómo aquella vieja prédica ultraliberal se ha instalado en la sociedad a modo de recetario ultraconservador con el que nos marcan el paso y, de paso, saber si los que nos gobiernan en Andalucía representan los mismos valores. Y cómo, del mismo modo que aquellos, muchos servicios públicos son expurgados de forma invasiva, ante la mirada distraída de los andaluces.
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