Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Los niños de hace más de medio siglo, no otros que los adultos maduros y sesentones de hogaño, estrenaban el curso escolar con sensaciones olfativas asociadas al afilado de los lápices, la impresión de los libros, el plástico de los forros o el material del que estaban hechas las carteras. Era propia asimismo del comienzo del curso una liturgia escolar de tareas domésticas previas y de iniciación de las clases hasta hacerse, o procurarlo, con las rutinas del estudio, de los deberes y de los modos y maneras de los maestros. Las clases, generalmente, resultaban bastante más numerosas que ahora y la convivencia escolar no presentaba, salvo ocasionalmente, perturbaciones mayores. No debe parecer, con lo antedicho, que cualquier tiempo pasado, como ese de hace más de medio siglo, fuese mejor, sino distinto. En cambio, sí se mantiene la finalidad primordial de la escuela, puesto que, aun con los cuestionamientos y revisiones propios del cambio social, es la institución que debe garantizar el desarrollo formal de procesos educativos que conduzcan a la capacitación personal y social del alumnado, a fin de desenvolverse autónomamente en todos los ámbitos y dimensiones que conciernen a la edad adulta. La enseñanza, por tanto, es un ejercicio profesional de sobra valioso, puesto que el éxito escolar o la calidad de la enseñanza, como formas de poner nombre a los resultados de la escolarización, a los logros del alumnado, dependen, de manera directa, del ejercicio docente. Por tan evidente razón, los sexagenarios posmodernos de estos días septembrinos continúan recordando las lecciones escolares de los maestros y maestras que tanto contribuyeron a que, durante décadas después, pudieran superar, aprobar, las lecciones de la vida y resolver los problemas de los días con la aritmética de las operaciones bien fundamentadas y razonadas. Los docentes, así, ejercen gran influencia en el devenir del alumnado y esta relevante cuestión conlleva, entre otros aspectos, la necesidad de adecuar la formación inicial para el desempeño de la docencia, sobre todo en la educación obligatoria, toda vez que los cambios en las necesidades educativas del alumnado suelen ir bastante por delante de las innovaciones en los procesos de enseñanza. De modo que, dentro de otro medio siglo, los niños de hoy sigan evocando la escuela en que ahora estrenan el nuevo curso.
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