Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
Mientras escribo esta columna escucho una monumental y expansiva versión de la Missa Solemnis de Beethoven, acaso la mejor, dirigida por un octogenario Otto klemperer en 1965, grabación histórica al frente de la New Philarmonia Orchestra que muestra toda la grandiosidad y complejidad de esta obra, auténtico testamento del compositor. Adquirí el CD hace unos años en la tienda de la casa natal de Beethoven; una visita en la que, acompañado de mi familia y un grupo de amigos, me reencontré de nuevo, con uno de mis faros vitales. No soy dado a los fetichismos o mitificaciones, y menos a los de cariz histórico, pero reconozco que la experiencia es deslumbradora y poderosísima, muy emotiva. Dirigimos nuestros pasos, tras dejar el tren que nos llevó desde Dortmund a Bonn, hacia la Bonngasse 18, dirección exacta de la Beethovenhaus. Durante el paseo hacia la Beethovenhaus, al pasar por la Munsterplatz nos acoge el monumento decimonónico que la ciudad erigió al gran compositor. Una pianista, también en plena calle, interpreta maravillosamente la Sonata Patética. En esta ciudad, que realiza un festival de música anual para honrar a su hijo más preclaro, todo conduce a Beethoven; poder contemplar este profundo respeto y orgullo por su ciudadano insigne pone los pelos de punta. Este ejemplo de veneración por la cultura del individuo, de un individuo llamado Ludwig van Beethoven, representa la esencia de la mejor Europa moderna, que abandona la incultura y mira esperanzada al futuro. Beethoven es, acaso, el artista europeo más significativo de la cultura del individuo, una cultura que quiso enterrar, desde la caída del Antiguo Régimen, todos los mitos de la cultura de la tribu. En este 2024, ya lo saben, se conmemoran los doscientos años del estreno de la Novena sinfonía en el Kärntnertortheater de Viena, y hay que recordar que en ese mismo y monumental concierto se estrenó también la Missa, pues sonaron por vez primera su Kyrie, Credo y Agnus dei. En las celebraciones de este año beethoveniano, la novena acapara todos los focos y la Missa, que está su misma altura, rara vez se recuerda. Suena aquí ahora –con su inmortal violín solista que se eleva al infinito-el Benedictus de la Missa. El recorrido de la casa acaba en la última habitación de la buhardilla, pequeña y modestísima, con ventana a un jardín trasero. Allí, sobre un suelo de madera que cruje sobremanera al pisarlo, nació el 16 de diciembre de 1770 Ludwig van Beethoven. Bendito sea.
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