Un estilo pra gobernarlos a todos

11 de julio 2024 - 03:09

Hace ya algo más de un siglo nacía, lo que hoy en día tenemos interiorizado como algo normal y ordinario, la producción en serie de todo tipo de productos cotidianos. Desde las cafeteras hasta los tostadores y pasando por nuestros smartphones o el ratón del ordenador, todo aparato o cachivache que nos rodea es preso de una geometría determinada. Algunos más ergonómicos, otros más bastos y simples, pero todos ellos con un diseño de producto que ha tenido que ser pensado y repensado antes de enfrentarse a la vorágine que supone la fabricación en serie de hoy en día.

En 1907 nacía en Alemania la Deutscher Werkbund, una asociación de arquitectos, artistas e industriales con el firme propósito de revolucionar el diseño, y ya de paso, el mundo entero. Este grupo se propuso romper con el clasicismo y las oficios tradicionales de finales del siglo XIX, en favor de las técnicas industriales de producción en masa que luego serían tan necesarias tras la destrucción que asoló el planeta a causa de las Guerras Mundiales. Sus diseños y conceptos influenciaron a la mayor escuela de diseño que jamás ha existido, la Bauhaus, y por supuesto, supuso un antes y un después en la arquitectura, ya que cimentaron algunas de las bases en la que se sustenta el famoso Movimiento Moderno. Una estética simple, el despojo de todo tipo de ornamento innecesario y una prioridad absoluta al funcionalismo son solo algunos de los pretextos de este movimiento que fue ganando adeptos y extendiéndose de región en región, dejando atrás cuestiones estéticas que ya empezaban a oler a cosas del pasado como las Arts and Crafts o el Modernismo. Se empezó a dar prioridad absoluta a la razón, la economía de medios y la lógica constructiva frente a otro tipo de cuestiones y, poco a poco, la estética de la fábrica se convirtió en un movimiento en sí mismo. Sobre todo en la arquitectura, donde empezaron a acuñarse términos como “la máquina para habitar” para definir a las grandes edificaciones plurifamiliares que fueron surgiendo en la primera mitad del siglo XX. Tanto es así que, paradójicamente y en contra del sentido primigenio de toda esta historia, se terminó convirtiendo en un estilo en sí mismo: el estilo internacional. Válido para todo, desde Chicago hasta Talavera de la Reina. Emulando diseños sin pensar y ni reflexionar sobre las necesidades de su tiempo, sino repitiendo, como si una producción en serie se tratase las ideas del pasado.

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