Esperpento y absurdo

09 de agosto 2024 - 03:08

El esperpento, connotaciones aparte, es una manifestación de lo grotesco o lo estrafalario, ya se trate de personas, cosas o situaciones. Emparenta con la ridiculez, la extravagancia o el desatino, y deviene, si es que esa no es su naturaleza primera, en mamarracho. En definitiva, se trata de bastante más que la concepción literaria de Valle Inclán, con el recurso de acentuar lo grotesco para deformar la realidad. Dicho sea de otra forma, el esperpento se hace literario porque, antes, es una expresión social. Muestras de ello no faltan, algunas destacadas, ya que se presentan con las diatribas y las coyunturas políticas. Poco habría de objetarse, entonces, al esperpento si solo quedara en una recreación de las cosas o en un comportamiento de las personas, que resultaran atractivos por extraordinarios y singulares. O, por su consideración literaria, se tratara solo de un estilo con lectores tanto adeptos como desafectos. Pero mal se ponen las cosas si lo esperpéntico deja de ser un respiro estrafalario, un desahogo ante el orden y el concierto de los días más regidos por la normalidad, aunque cada vez cuesta más reconocerla. Todavía peor cuando, precisamente, se normaliza el esperpento y, entonces, deja de tener el carácter de excepción y se acepta como una manifestación natural del estado de las cosas. Situación, esta, ante la que conviene prevenirse, pues las mamarrachadas tienen difícil subsanación y hacen perder no poco crédito.

Valle Inclán, con Luces de bohemia, instauró el esperpento literario en 1920, y dos décadas después, en 1940, Samuel Beckett, con Esperando a Godot, obra que se considera propia del teatro del absurdo, acaso dio una vuelta de tuerca al esperpento o, alternativamente, creó una variante llamativa. Godot, a quien nadie conoce, nunca llega, si bien el anunció de que lo hará se repite. Una una de las más compartidas interpretaciones de esta obra es la atracción de que nada ocurra, argumento que se repite en sus dos actos, presumiblemente para simbolizar el tedio y hasta la angustia existencial que deriva de la absurdidad del mundo.

Mala cosa es, por tanto, que se asocien las manifestaciones del esperpento y del absurdo, pues todavía más deterioran, aunque parezcan ocasionalmente extraordinarias e irreales. De Godot se anunciaba la vuelta sin llegar, y Puigdemont ha llegado para volverse.

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