Espejo del mar

30 de enero 2025 - 03:07

Encaramdo sobre un acantilado que parece desafiar la gravedad, un edificio se asoma al abismo. Con más de 50 años a sus espaldas, este valiente de 14 plantas escalonadas y de desarrollo invertido, se descuelga desde una posición privilegiada, abierto a la bahía de Almería con todo el arco diurno desde el orto hasta el ocaso a su merced.

Obra del arquitecto José María García-Valdecasas Salgado, este edificio formaba parte de un macroproyecto más ambicioso que contaba con un edificio casi gemelo a su derecha y otro trasero mucho más grande y de desarrollo lineal. Finalmente, no fue desarrollado el conjunto completo, quedando este Espejo del Mar en una posición de solitario privilegio singular.

Las viviendas que lo conforman son 68 apartamentos tipo dúplex de desarrollo invertido, pues se accede a ellos por su planta superior destinada a dormitorio y baño, contando con el estar comedor-cocina en su nivel inferior abierto a una gran terraza. Asomarse a un ventanal en uno de estos refugios es contemplar el horizonte en su forma más pura, donde el mar y el cielo se funden en una línea etérea.

Todos los apartamentos cuentan con una única fachada acristalada al mar, accediéndose por la trasera a través de pasillos-galería ventilados a través de celosías cerámicas al espacio escalonado que queda entre el edificio y el acantilado. La sensación al caminar por estos angostos e intrincados pasajes, distintos en cada nivel pues se adaptan a la irregular topografía, con la estructura metálica y los cimientos vistos anclados a la roca es ciertamente sobrecogedor. Y a pesar de sus más de 50 años, de lo agresivo y hostil del entorno, y de las inevitables transformaciones que se le han ido haciendo a los apartamentos, no siempre acertadas, el estado de conservación del edificio es sorprendente. Resiste con estoicismo la erosión, los terremotos y la corrosión que el ambiente salino propicia, gracias al trabajo de mantenimiento que sus propietarios le brindan. Habitar este edificio supone enfrentarse a retos diarios que son también un acto de compromiso con el lugar. Hay algo profundamente simbólico en esta construcción. Representa ese deseo innato tan humano por superar los límites, por habitar lo inhóspito y convertirlo en hogar. Al mismo tiempo, nos recuerdan nuestra fragilidad ante la fuerza de la naturaleza. Cada edificio suspendido en un acantilado es un acto de equilibro, no solo en términos de física, sino también en la relación que establecemos con el mundo que nos rodea.

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