
OPINIÓN | Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
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Hans Christian Andersen, escritor y poeta danés, famoso por sus historias para niños, decía que "los cuentos sirven para que los infantes se acuesten felices y los adultos se despierten inquietos". Hoy rescato uno de esos cuentos: "El diablo y sus añicos".
Cuenta la historia que, un día, el diablo creó un espejo que tenía la propiedad de que todo lo bueno y noble que en él se reflejase desaparecía. Y todo lo malo, feo e innoble aumentaba y se distinguía mejor que antes. Así, los paisajes más hermosos, al reflejarse en el espejo, parecían espinacas hervidas. Y las personas más buenas tomaban el aspecto de monstruos o las caras se les retorcían, de tal forma que no era posible reconocerlas. Es decir, el espejo siempre ¡mentía!
Los alumnos del diablo, les dijeron a los hombres que el espejo era milagroso, porque en él se podía ver cómo eran en realidad el mundo y el ser humano. Lo llevaron por todos los países y no quedó ningún hombre que no se hubiese visto completamente desfigurado. Pero los diablos no estaban satisfechos. Dijeron: -¡Llevémoslo al Cielo para burlarnos de los ángeles!
Así lo hicieron, pero cuanto más subían, más muecas hacía el espejo y más se movía, y casi no lo podían sostener. Subieron y subieron con su carga, acercándose a Dios y a los ángeles. El espejo seguía moviéndose; se agitaba con tanta fuerza que se les escapó de las manos y cayó a tierra, rompiéndose en millones de pedazos.
Las partículas del espejo eran ahora del tamaño de un granito de arena y se esparcieron por todo el mundo. Y si caían en el ojo de alguien, los hombres lo veían todo deformado y sólo distinguían lo malo, porque el más pequeño trozo conservaba el poder de todo el espejo.
Lo terrible era cuando una partícula se incrustaba en el corazón de una persona, porque se convertía en un pedazo de hielo. Algunos se hicieron gafas con los cristales del espejo, pensando que así verían siempre la verdad. Pero el resultado fue terrible: vieron todas las cosas transformadas en algo triste y desagradable, y ya no pudieron ser felices.
La moraleja de esta historia es clara. El espejo cumplía y cumple su cometido: mentir, deformando la realidad. ¿Y cuál es esa realidad? Que el mundo es, si así lo queremos, el paraíso que Dios hizo para que lo cuidáramos responsablemente. Cristo, el espejo del amor de Dios, muestra la vida y al hombre como Dios lo ve: algo hermoso por lo que dar la vida. Y así lo hizo en la cruz.
La tentación será siempre la misma: vernos deformados y malos, con el fin de que no luchemos por sacar lo mejor de nosotros mismos y, tirando la toalla, darnos por vencidos en la construcción del Reino de Dios aquí en la tierra.
Hoy el espejo del diablo es la televisión y los intereses que hay detrás: deforman la realidad, mostrando parcialmente lo siniestro y lo oscuro de este mundo, silenciando intencionadamente la belleza de los milagros que siguen realizándose en hombres y mujeres. Y el Papa es la última víctima de este espejo.
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