NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Incienso para recibir a un Pedro Sánchez contra las cuerdas
Prácticamente desde que nacemos y nuestros sentidos empiezan a detectar información de nuestro entorno, nos convertimos en una especie de contenedores de datos que, aunque no gocemos de una pequeña pantalla LED que indique los índices de ruido exterior, la temperatura o niveles de iluminación, toda esa información es procesada por nuestro cerebro y, de una manera u otra, terminan conformando nuestra experiencia espacial.
Desde bebés reaccionamos a ciertos estímulos, pero de una manera realmente vaga: apenas conseguimos seguir con la mirada a esa cucharilla de papilla cuando nuestra madre nos hace “el avión” para que comamos. Sin embargo, en la infancia, nuestras experiencias se multiplican exponencialmente. Ya no solo reaccionamos instintivamente al hambre llorando como un descosido, sino que empezamos a tener reacciones conscientes a los estímulos exteriores. En esta etapa comienzan los primeros momentos de entendimiento del mundo, y el espacio que nos rodea se vuelve fundamental en la formación de una importante porción de nuestra personalidad.
Indudablemente, existen una infinidad de factores que determinan nuestra forma de ser, desde los componentes sociales, económicos, culturales o incluso políticos e históricos, pero el espacio, es decir, la arquitectura y urbanismo de nuestro entorno, aporta, en cierta medida, un importante granito de arena a la hora de conformarnos como personas y sobre todo, en la forma en que nos relacionamos con el mundo que nos rodea. Es curioso pensar cómo es posible que las experiencias sociales o espaciales que vivimos cuando éramos tan pequeños, que ni siquiera podemos recordarlas, puedan afectar en gran manera a nuestra forma de ser o de pensar.
Es evidente que la arquitectura educativa de nuestros colegios e institutos, el diseño de nuestros parques, zonas de juego o el propio descampado que convertíamos en estadio de fútbol al colocar dos chanclas como portería, tienen una gran importancia en el desarrollo psicomotriz del niño, pero también en su forma de entender la realidad. No obstante, creo que no deberíamos quedarnos solo ahí, la arquitectura infantil no son los espacios diseñados exclusivamente para los niños, la arquitectura infantil abarca todo espacio en el que habita un niño, desde el bar de tapas que suele ir con sus padres hasta la parte trasera del coche en el camino al pueblo.
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