Gafas de cerca
Tacho Rufino
Sé lo que piensas
Contemplo asombrado fotos majestuosas de la ciudad de Almería que brotan de mi Instagram, impulsada la red social por algún algoritmo que desconoce de mí, como es que vivo en Almería sin el agotador ejercicio de figurar en ella porque Instagram no sabe que para mí vagar por la ciudad es una lectura anónima que observa rostros, lee paisajes, describe escenas y detengo mi mirada en detalles que nunca Instagram podría comprender. Hay quien descubre Almería a través de una alocada carrera de fotos, pero a mi me gusta descubrir la realidad de esta ciudad caminando al atardecer, la hora que te da la luz del día una tregua para pasear, mostrar sus contradicciones, revelar sus cicatrices y su inconsciente colectivo; la hora cuando la gente te puede regalar una mirada que no cabe en una instantánea de Instagram.
A veces, para curarme de la mirada de la marginalidad de algún barrio que acabo de recorrer y el deterioro que lo infecta -espacios olvidados por la falta de acción municipal o contaminado por la acción vecinal- subo a lo más alto de La Chanca y, desde arriba, descubro la ilusión de la luz dorada y el aire limpio del atardecer sobre el poniente en un bullir de colores primorosos y burbujeantes de electricidad. Caminar a veces cansa, pero yo camino, voy y vengo por los andurriales de la ciudad absorbiendo lo que sobra del día, la mano en el bolsillo y bajo el brazo un libro para devorarlo sobre cualquier banco del parque, como quien se aferra a una luz antes de que se la trague la noche. La escuela peripatética de Aristóteles ponía el énfasis en la experiencia de deambular, como medio de explorar el aprendizaje y reflexionar sobre la vida; yo callejeo por los distintos territorios de esta ciudad y registro en cada paso una forma de escritura que me dejan los rayos de un sol sobre un cielo tenso, lacio, como una tela azul sobre un paisaje inofensivo. Escribir la ciudad y caminar por ella es una especie de cantera que utilizo como un cuaderno. En ese cuaderno escribo las cicatrices del presente y las que sobre ella dejó el pasado y en cada cicatriz el coraje de saberlo y sentirse herida. Me pierdo por la ciudad, como escribía Walter Benjamín, sin pensar nada. Ya soy de aquí, de ese paisaje, milito en la belleza helada de su centro histórico y aunque, a veces, en cada paso escupa con frases la melodía que desprenden la marginalidad de algunos barrios y hunda mis dedos en su corazón y me rompa en pedazos, sigo siendo de aquí. Y cuando ya no pueda caminar no me iré de la ciudad sino de un tiempo de mi vida, como cuando era niño.
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