Reflejos
Francisco Bautista Toledo
Víspera de difuntos
En esta columna fijamos nuestra atención, de vez en cuando, a determinados estilos de personalidad. Hoy le toca el turno a los enfadicas. Pertenecen estos a un selecto club dedicado a cultivar su derecho indiscutible a estar siempre enfadados. Para ellos, la molestia no es un sentimiento ocasional sino una filosofía de vida. Resulta llamativo que los enfadicas siempre consideran que sus quejas son legítimas y cada indignación se sustenta en una honda justificación. Habitualmente se irritan aún más si el de enfrente les sugiere que “igual no es para tanto” y ya no digamos si alguien se atreve a enunciar un “pues yo creo que no tienes razón para ponerte así”.
El enfadica, paradojas de la vida, no suele tolerar que alguien se moleste con él. Consideran que la ira es un privilegio del que ellos, y nadie más, debe gozar sin que nadie lo cuestione. Esta lógica acaba por crear una dinámica bastante negativa en que el que uno siempre se cabrea y otro siempre trata de contener. El enfadica, en realidad, esconde importantes carencias psicológicas. Maneja mal la agresividad, de modo que no sabe bien cuándo expresar su descontento de forma saludable y cuándo su furia es simplemente una reacción desmedida ante situaciones menores o inexistentes. Los gritos y las malas formas, al final, resultan un torpe intento de maquillar una gran inseguridad interior. La pena es que los enfadicas acaban por agotar a su entorno. Aquellos que le rodean tienden a desarrollar una actitud de “pisar sobre huevos”, cuidando cada palabra o acción para evitar la desagradable explosión de turno. Y, a la larga, puede suceder que el entorno se vaya cansando progresivamente y termine por desaparecer. Así, el enfadica se queda cada vez más aislado, incapaz de establecer vínculos profundos.
Pero la rigidez emocional del enfadica le lleva a repetir sus patrones una y otra vez, cayendo en un ciclo donde él es su propio prisionero. Lejos de reconocer que esa actitud de enojo continuo sólo es un reflejo de su fragilidad, se aferra al papel de víctima o de defensor de una supuesta “justicia” personal, argumentando cada estallido como una reacción merecida. ¡Enfadicas del mundo!: Considerad, por favor, que la mejor defensa no es el grito sino la calma; la paz no se gana imponiendo, sino escuchando. Y dejad que, de vez en cuando, se enfaden un poco los demás. Porque el que siempre se indigna, solo se queda.
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