Antonio Lao
El silencio de los pueblos
De Reojo
Si el humano no tiene libre albedrío pleno, tampoco debería pechar con culpa ni responsabilidad plena. Con culpa o sin culpa, el orden social debe protegerse de agresiones y abusos. Con cárcel o sin ellas. Permitir que los presos rumbearan por el Camino de Santiago fue una bonita noticia. Mejor si fueran cien que cinco. Que se haga caja a costa del delito es una indignidad. Las prisiones más dignas del mundo son las noruegas. Cada preso le cuesta 84.000€ al Estado. En EEUU solo 27.900€. En España nos sale a 28.500€ preso/año, no es poco. En Noruega aplican la justicia restaurativa que solo encarcela como defensa: priorizan reparar el daño, remediar la desgracia, hasta donde se pueda. También la reconciliación personal y colectiva. En la cárcel noruega también existe el aislamiento si hay intolerancia entre reclusos, y se prorrogan condenas, si el preso sigue siendo un peligro social. Pero también hay prisiones con habitáculos individuales, equipados con Tv y cocina. En el resto de los países europeos se sigue aplicando la arcaica justicia retributiva: se castiga según una tabla codificada de recta observancia. Castigar por castigar, es la lógica biológica de la venganza. Por eso a veces se sirve fría, Y le sabe igual de bien al retribuido. El ojo por ojo de la ley del talión (Hammurabi, 1.750 adC,), fue la primera que puso coto al derecho de la víctima. Antes, ese derecho a la venganza carecía de límite. Castigar a alguien por algo mal hecho, genera sentires “intensos, complejos y a menudo gratificantes” (R. Sapolsky). O sea: castigar genera placer. Activa una recompensa dopaminérgica que no tiene que ver solo con la justicia. Aunque pasado el efecto dopante, puede alentar secuelas en la salud mental de la víctima: encona y dilata su rencor: la revictimiza. Igual que los bonobos encontraron medios de evitar la guerra, alguna cultura remota descubrió que no odiar a quien hace daño, mejora la moral colectiva. O que la protección social frente al peligroso tiene otras opciones, más allá de la cárcel. Cuestan más, pero a la larga, compensan. Este empedrao reflexivo no aspira a entretener, sino a mostrar matices de cosas humanas. De percances del destino. Un empedrao sobre el que vierto un lagrimón compasivo por tanto desgraciado que, dentro o fuera de la cárcel, sobrevive sin albedrío, encadenado a pulsiones y sin esperanza de hacer otro camino que no sea el del transitar el infierno en vida.
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