Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Dos noticias que, vistas desde la distancia, no deberían tener ninguna relación con el título de esta columna. Una de ellas debería ser de una normalidad democrática total, sin nada más que añadir: ha ganado el partido republicano en Estados Unidos. Nos podría gustar mucho y celebrarlo, podemos ser indiferentes, o puede entristecernos. No debería haber mayor problema. La otra noticia, tremenda, es que ha habido víctimas por un fenómeno meteorológico que ha sucedido muchas veces en la historia, en muchos lugares distintos, y volverá a suceder. Más allá de hablar sobre cómo organizar la ayuda o minimizar los daños y las víctimas en otras ocasiones, nada más nos debería preocupar.
Dos palabras que no pueden estar en la misma frase. Donde hay educación de verdad, no puede haber fascismo. Donde hay fascismo, la educación es imposible. Antes de que alguien me diga «y tampoco comunismo», me adelanto: hay una amplísima tradición de comunismo democrático y partidos democráticos comunistas (sí, no solo «de izquierdas», sino comunistas) que han conseguido enormes avances en muchísimas sociedades, sin coartar en absoluto la libertad de sus ciudadanos (en numerosas ocasiones, ampliando las libertades). Hablo de los partidos comunistas francés, alemán, español, italiano… Si nos referimos al estalinismo o las dictaduras comunistas, por supuesto que son tan despreciables como el fascismo.
El fascismo se alimenta de la carroña. No les importa fingir las manchas de barro. No les importa mentir sobre muertos, víctimas, desaparecidos, inmigrantes... No les importa hacer como que «el pueblo está indignado» cuando en realidad son maniobras orquestadas por grupos neonazis (solo hay que mirar sus camisetas). En Estados Unidos cuentan con el apoyo expreso, económico y público de dos de las mayores fortunas del mundo (Amazon y Tesla/X). Son abiertamente racistas, clasistas e individualistas. También antiabortistas. Se declaran compañeros y amigos del régimen más racista de Europa (el húngaro). Quizá haya llegado el momento en que el péndulo vuelva al estado de las cosas de los años 30 en Italia y Alemania. Quizá nuestra sociedad llegó a construir un bienestar que ahora tiene que destruirse por completo para luego volver a resurgir. Valoren ustedes si merece la pena sacar billete para este viaje. Mientras tanto, o hacemos educación antifascista, o no estaremos educando, en absoluto.
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