Del duque de Wellington al de Angulema

17 de agosto 2024 - 03:09

En 1913 el poeta Antonio Machado escribió los versos “El mañana efímero”, en los que hablaba de la España de charanga y pandereta. Un siglo después, en este mes de agosto, lo de charanga y pandereta vuelve a estar de plena actualidad. ¡Cómo no definir así los acontecimientos que estamos viviendo en estos últimos años! Desde un fugado de la justicia que entra y sale del territorio nacional como le viene en gana, y al que acompañan a la vista de todos, sin ningún pudor, cargos públicos que debieran cumplir con su deber de entregarlo a la justicia, o un Presidente que dice ir por el camino de la federalización de la Nación sin que lo contemple la Constitución, o un Presidente de una Comunidad Autónoma que asume el cargo en acto institucional sin la Bandera Nacional, incumpliendo la Ley de Banderas; y así podría seguir con los hechos que estamos viviendo de charanga y la pandereta.

Pero, desde mi punto de vista, los antecedentes de esta España a la que aludiera Machado, habría que buscarlos en los inicios del siglo XIX, cuando dejamos de ser una potencia para convertirnos en una pieza más en el tablero de la geopolítica del Imperio Británico, y cuando no, del francés. Conocemos perfectamente lo que ocurrió en mayo de 1808 en Madrid, con el levantamiento popular contra el Ejército francés, y que luego, tras duros años de combate, logramos expulsarlos de territorio nacional. De lo que no se habla es que por un Decreto de 22 de septiembre de 1812, se nombró al británico Duque de Wellington, General en Jefe de nuestro Ejército peninsular. Sólo el General López Ballesteros se opuso a ello por escrito al Ministerio de la Guerra, por lo que fue cesado en el mando y confinado en Ceuta, generando esta medida un debate político sobre su conducta en defensa de la independencia nacional. O sea, que mientras nuestras fuerzas terrestres peninsulares luchaban contra los franceses en territorio europeo a las órdenes de un británico, el Rey inglés ayudaba a los traidores criollos de nuestros territorios americanos a independizarse, y con ello a destrozar la estructura económica nacional, debilitándonos aún más de lo que ya estábamos con la guerra contra el francés. Brillante jugada de la diplomacia inglesa.

Terminada la guerra de “independencia”, nos enzarzamos en una guerra civil entre absolutistas y liberales, en la que los británicos volvieron a actuar brillantemente puesto que nos siguieron debilitando, pero nunca hasta el extremo de dejar caer a nuestra Monarquía, aun apoyando abiertamente a los liberales, cuyas bases se encontraban en territorio británico. ¡Cómo no, si nuestros liberales estaban subordinados a los liberales masones británicos, a cuya Monarquía guardaban la debida obediencia!

Ya en esa época, el Duque de Wellington era historia en nuestra Nación, pero aparecería otro Duque, en este caso francés, el de Angulema, que penetró por los Pirineos para poner orden en la guerra civil entre absolutistas y liberales, en la que el pueblo, que permanecía al margen, sufría las consecuencias. Y afirmo esto porque no encuentro respuesta a nuestra pasividad al avance de fuerzas francesas en territorio nacional a las órdenes de Angulema, cuando pocos años antes, el levantamiento popular fue decisivo en la victoria contra Napoleón. En este caso, los ingleses jugaron sus cartas, y ante la presión del resto de las Monarquías europeas, dejaron hacer a los franceses. Ya tenían su botín con nuestros territorios soberanos en América. Tiempo al tiempo con lo que nos quedaba del Imperio. Ahora les tocaba a los Borbones franceses mangonear en nuestra Nación. Conviene recordar que tras la caída de Napoleón, los Borbones volvieron al Trono francés. En esa época, Francia era una Monarquía; los revolucionarios de la Bastilla habían pasado a la historia, y Napoleón, tras desangrar al pueblo francés, derrotado.

Del resto del siglo XIX, pocas luces y muchas sombras que nos fueron sumergiendo en la decadencia del Imperio que fuimos. Por eso, no entiendo la cabezonería de convertir hechos de este periodo de nuestra historia en gestas locales, como es el caso de los Coloraos. Sería comprensible si no hubiera hechos significativos, como es el caso en el mismo siglo, años después, cuando el pueblo almeriense, todos a una, abortó la toma de la ciudad por los cantonales cartageneros. Un hecho que unió a los almerienses. Pero ya sabemos lo que pasa cuando la historia se escribe desde la política.

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