Pues yo lo veo así
Esteban Requena Manzano
Tergiversaciones agrevivas
Todos nos hemos sentido consternados ante la destrucción que ha dejado la última DANA en nuestro país. Fallecidos, desaparecidos e innumerables destrozos materiales han sobrecogido nuestros hogares en los últimos días. Y, por deformación profesional, no deja de sorprenderme el comportamiento humano: es curioso cómo, ante cada catástrofe, la humanidad es capaz de dar lo mejor y lo peor.
Por un lado, aflora el deseo de ayudar. Vemos cómo los vecinos se organizan para limpiar, brindar comida y refugio a quienes lo necesitan, e incluso para gestionar auténticos rescates. Sin embargo, en el mismo escenario, surge también una cara más sombría: el oportunismo o, mejor dicho, la miseria de quienes aprovechan el caos para saquear las casas y negocios abandonados temporalmente. En lugar de unirse al esfuerzo colectivo, algunos encuentran en el desastre un terreno abonado para lucrarse sin escrúpulos.
Esta ambivalencia parece inevitable. Para algunos, la mayoría, la adversidad es una oportunidad para ser mejores y colaborar en la reconstrucción de un proyecto común. Para otros, el caos genera el espacio ideal para lucrarse sin importarles el impacto sobre los demás. Esta dualidad no es más que el reflejo de nuestra naturaleza; la humanidad representada tanto en el héroe anónimo, como en el oportunista que busca sacar provecho.
Al final, el comportamiento humano en situaciones extremas es un espejo de lo que cada uno decide ser en su vida cotidiana. Los desastres naturales no solo ponen a prueba nuestras infraestructuras y sistemas, sino también nuestra moral y nuestra esencia como seres humanos. Son un símbolo de la capacidad que tenemos para elegir: podemos ser quienes levantan al caído o quienes le roban hasta la cartera al moribundo. La adversidad nos ofrece una oportunidad de elegir y cada uno decide de qué lado quedarse.
Aunque es en las catástrofes cuando más se habla de solidaridad y comunidad, el verdadero valor de estas elecciones reside en nuestro día a día. La empatía y la disposición a ayudar no necesitan de una tragedia para ponerse en práctica. La misma humanidad que elige dar lo mejor de sí en tiempos de crisis puede hacer lo propio en cada interacción cotidiana. A la postre, esos mismos valores que hacen que un colectivo resurja tras una gran adversidad son los que guían nuestra convivencia diaria y nos permiten construir una sociedad más compasiva y solidaria.
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