Victor Hernández Bru

Doble moral y la presunción de inocencia

Sin complejos

01 de noviembre 2024 - 03:09

Aunquelo primero que hay que decir es que es pronto para muchas cosas, es evidente que el ‘caso Errejón’ es un cúmulo de vergüenzas para esa sociedad que la izquierda y el feminazismo han construido con la connivencia y el pasotismo del resto.

Si se confirman las acusaciones, que de momento no son más que eso, acusaciones sin pruebas, lo cual debería colocar a Errejón como inocente hasta que se demuestre lo contrario de no ser por una ley injusta y anticonstitucional como la Ley de Violencia de Género, estaremos ante un caso más de la esencia de la izquierda: falsa superioridad moral, mentira, apariencia, manipulación de las conciencias intelectualmente más pobres.

Errejón, como el resto, han llegado a donde han llegado comprometiéndose con un feminismo que no lo es, sino que es feminazismo, que criminaliza al hombre y apuesta por una discriminación positiva tan injusta como cualquiera. ¿Y detrás de eso qué hay? Mentiras y más mentiras, a las que se unirían, si se confirman las acusaciones, las del propio Errejón, que por la mañana hablaba de derechos de la mujer y de micromachismos y por la tarde acosaba sexualmente a sus colaboradoras y a otras. Los que no somos feministas, ni defendemos discriminaciones positivas, ni nos inventamos techos de cristal que no existen, pero respetamos a las mujeres y detestamos a quienes abusan de ellas, estamos dispuestos a pasar a la acción contra a esta bazofia social y política; contra Cristina Fallarás, que afirma que todas las mujeres sufren estos acosos en su ámbito profesional; contra el Coletavirus, que afirma que gracias a la Ley del Sólo Sí es Sí se puede condenar a alguien sin siquiera una denuncia; contra los que afirman que no se le puede pedir a la víctima que denuncie porque algunas tienen miedo y que, por tanto, la solución es actuar de oficio, sin denuncias, sin pruebas, sin evidencias, sin testimonios, sin garantías legales, sin democracia y sin Constitución.

Ésa y otras leyes de la izquierda han conseguido vencer al derecho fundamental a la presunción de inocencia, a ser inocente si no se demuestra la culpabilidad. Pienso que mi padre, mi hijo, mis amigos y yo mismo estamos expuestos a que cualquier señora, por la razón que sea, afirme que hemos abusado de ella y, si no somos capaces de demostrar nuestra inocencia, seremos condenados. Por muy feminista que se sea, es imposible que, entre la desatención y la soledad de la víctima de un comportamiento abusivo y la condena sin pruebas del acusado, no haya un término medio que garantice los derechos de ambas partes.

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