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Solo con mencionar “canícula” ya de calor. Comienza ahora esta época tórrida, que llevará hasta mediados de agosto, si bien los efectos del cambio climático -no debe tenerse como un dogma, pero tampoco ignorarse con negacionismo- desdibujen o alteren los calendarios o los tiempos de las cosas, los tiempos del tiempo. Un indicio astronómico del periodo canicular es que la estrella Sirio, la más brillante de la constelación del Can -término del que deriva “canícula”-, aparece junto con el Sol. Conocida como la Abrasadora, el brillo intenso de esa estrella anunciaba, para los antiguos labradores, días de calor ardiente; por lo que, llegado el 15 de julio, posponían las siembras hasta mediados de agosto. Protegerse en los días caniculares resulta, así, del todo necesario, por más que no falten insensatos e incautos que no advierten y evitan los riesgos, sino que se divierten ignorándolos. Un sencillo quitasol, como el de la señora sentada en el urbano banco de la calle, algo previene, aunque la más conocida utilidad del paraguas haga extrañar este otro uso de la sombrilla. Los días caniculares, sin embargo, invitan poco al paseo y en las ciudades disminuye el tránsito, se desvanece el ajetreo, como si la vida se hubiera precavido y buscara la asistencia de la refrigeración. Son los días perros, por la constelación del Can, pero no la vida perra.
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