Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Los ciclos del tiempo permiten jalonar las estaciones para que la vida -acaso sea, si bien no solo, materia del tiempo- tenga algo más ordenado su modo de transcurrir. Ahora bien, ni es el mismo tiempo el que se repite ni la misma persona quien lo vive. Así lo decía Heráclito, hace más de dos mil quinientos años, pues nadie se baña dos veces en el mismo río, aunque este y sus aguas parezcan las mismas. El mes de diciembre, sin embargo, aunque da colofón a la estación de los años, parece más reestrenado que repetido. O, quizás, se pone más vida en este tiempo que en otros y, por eso, resulta una vivencia más interiorizada o sentida. No quiere esto decir que generalmente feliz y dichosa, ya que, cuando se presume que así debe ser, acaban por prescribirse, por imponerse, estados del ánimo que solo responden, y a veces ni eso, al criterio, a la decisión de la voluntad influida por las contingencias que, asimismo, son materia del tiempo y, por ello, alteraciones de la vida. Favorables unas, ciertamente, pero desgraciadas las más porque la suerte, en cuestiones inesperadas, suele estar mal repartida.
Diciembre ya casi completa su primera semana y los días se sucederán con un regusto de tradiciones antiguas y populares, con la evocación de recuerdos entrañables que mantienen vivas en la memoria precisamente las vidas de los que se fueron -la segunda y más definitiva muerte es la del olvido-, con celebraciones en las que el misterio y la ilusión se reúnen con la epifanía para que quepa la sencilla dicha de las sorpresas o la elevada trascendencia de las revelaciones. Mas también pueden traer estos días el apartamiento o la distancia cuando no se tienen disposiciones, o no se comparten, o incluso se rechazan las que se juzgan como convenciones del tiempo hecho fiesta por distintos intereses más bien ajenos a un gozo genuino. Sea como fuere, aceptado o discutido lo que el tiempo trae en el sucederse de su materia -la vida misma-, las jornadas de diciembre se irán haciendo cada más singulares, por distintas a las de otro tiempo no señalado por una magia chispeante. Hasta que la Navidad cambie el argumento con que se escribe el guion de los días para que los finales felices no solo sean los propios de la ficción del cine, sino al menos una secuencia, aunque solo sea una escena, con la que siempre se recuerden las más auténticas dichas de los días de diciembre bendecidos por una anhelada felicidad.
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