Antonio Lao
Día de la Provincia, algo más que medallas
La Diputación tuvo a bien allá por el año 1998 instaurar el Día de la Provincia. Una efeméride que cada año se traslada a uno de los 103 pueblos y que sirve, entiendo, para estrechar lazos entre vecinos de las distintas localidades, poner en valor aquello qué nos une y, sobre todo, reivindicar el papel y las necesidades de los más pequeños. Aquellos que nunca están en los medios; aquellos cuyas calles muchos días del año están vacías; aquellos en la que la llegada de un nuevo niño es casi una fiesta y aquellos en los que la distancia con los que más tienen son un mar infinito.
Quiero pensar que en todo ello piensan los dirigentes de la Diputación Provincial, el primero el presidente, cuando buscan cabalgar a lomos de la unidad en un caballo desbocado en las localidades de la costa y en un viejo jumento en los pueblos cuyas velas se apagan cada vez que una casa se cierra.
Sorbas fue el primero en albergar este evento, aunque entonces no se entregaban medallas. No fue hasta el año 2009 cuando se sumaron las preseas a la celebración, aunque en el 2000 se entregó la primera Medalla de Oro de la Provincia. Al margen de la historia, -siempre es bueno recordarla- para conocer de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos, lo cierto es que un evento de este tipo pone negro sobre blanco el papel de la Diputación en el desarrollo de Almería. No se trata aquí, tampoco lo pretendo, aplaudir el trabajo actual y, ni mucho menos, ponerlo en entredicho. Mi objetivo, y espero explicarlo con grandes caracteres, es poner en valor la faena que este organismo, en la mayoría de las ocasiones olvidado por el día a día de ayuntamientos, Junta de Andalucía o Gobierno de España, han tenido en el avance y crecimiento, sobre todo en servicios, de los pueblos más pequeños.
Las diputaciones, desde el inicio de la democracia con Fernández Revuelta, Antonio Maresca, Tomás Azorín, José Añez, Luis Rogelio Rodríguez, Gabriel Amat y ahora Javier Aureliano García, han ejercido de ‘ayuntamiento de ayuntamientos’ como vertebradores y conseguidores de proyectos impensables hace dos décadas e imposibles hace cuatro. Sin estridencias, pero con la serenidad que da el paso de los años y el poso calmado y sosegado de una administración que no necesita estar en primera línea porque la elección de quienes la conforman no es de forma directa, se ha convertido en el baluarte perfecto, en el compañero de viaje ideal de los pueblos olvidados para tratar de ofrecer a sus vecinos, que aún permanecen en ellos, los servicios que demandan, en un acercamiento permanente a los que ya disfrutan en las ciudades desde algunas décadas. Si recordarlo cada año con la pompa, el boato, las medallas y las circunstancias sobrevenidas que nos ocupan sirve para consolidar y avanzar en esa línea, sólo me resta gritar ¡Viva la provincia!
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