Un día para nunca olvidar

V IVIMOS tiempos convulsos. El auge de los extremismos ideológicos, las tensiones políticas y la creciente polarización de las sociedades hacen que, más que nunca, estemos en alerta de los movimientos sociales que se van desarrollando dentro del contexto mundial. Como hecho incontestable, el acto que cada 27 de enero la UNESCO y todos aquellos estados democráticos rinden tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto. Un hecho que supuso un punto de inflexión en el ser humano, donde el individuo pudo constatar que, efectivamente, dios había dejado de existir en el hombre. Un hecho que supuso la piedra angular del sentido de la lucha por las libertades y por los derechos humanos que hoy en día sustentan a las sociedades libres y democráticas, que siguen defendiendo no repetir la barbarie que soportó el pueblo hebreo en el siglo veinte y que nos debe servir para reflexionar sobre la verdadera esencia del ser y la importancia de proteger el bien inmaterial más preciado al que jamás un ser humano puede renunciar: la vida y la libertad individual.

Estos días han sido muy importantes para recordar unos acontecimientos que han supuesto el periodo más oscuro de la historia de la Humanidad, para recuperar la dignidad humana y ratificar nuestro compromiso absoluto con las libertades, con los derechos humanos y con la dignidad de las personas, para luchar contra el antisemitismo, el racismo y toda forma de intolerancia que nos pueda conducir una vez más a permitir actos violentos implícitos o explícitos contra determinados grupos sociales, ya sea bien por su condición étnica, racial, política, ideológica, religiosa o cualquiera que arrastre a un grupo humano a la invisibilidad, a la marginalidad, a la exclusión o a su exterminio, como ocurrió hace ochenta años en la faz de la tierra.

El Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto nos debe recordar que la dignidad de la persona, su condición, sus libertades y derechos, así como la vida propia es incuestionable, innegociable. Y, en segundo lugar, que el terror puede volver a nuestras vidas en cualquier momento, con diferentes disfraces, con nuevas formas, con distintos discursos, pero siempre con unos factores comunes: la intolerancia, el odio y el enfrentamiento entre hermanos y hermanas con la misma sangre, con el mismo origen y con la misma raza: la humanidad.

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