La destrucción del ser

18 de diciembre 2024 - 03:09

Quién en su sano juicio sería capaz de poner en entredicho la relación que debe existir entre la emoción y el ser humano: nadie. No existe ningún individuo capaz de dudar ante una relación tan noble e íntegra como la humanidad en sí del ser humano. Y es evidente que nadie lo va a poner en duda.

Sin embargo, ese es el objetivo, o uno de ellos, que tiene el crear un sistema que busca homogeneizar y deshumanizar o que tiene como fin último hacer del estereotipo de turno la norma de un orden determinado. Nadie cuestiona nada, por lo tanto, todo está asegurado. Después de todo, qué más da si el hombre ha perdido su memoria más inmediata, sus costumbres y sus principios. Qué más da, si ni siquiera ya un dios asiste al ser humano.

No poner en tela de juicio una serie de normas o conceptos en un momento dado, puede ofrecer la posibilidad de tener clara cuál va a ser nuestra respuesta en determinadas situaciones. Máxime si esos sucesos a los que nos enfrentamos han sido creados previamente por los mismos que van a tener la oportunidad de salvarnos, de extirparnos hasta lo más íntimo de nuestro tuétano.

Así pues, se suelen trazar desde algunos estamentos una serie de discursos o mensajes que tienen como objetivo que los ciudadanos no piensen. Desde las típicas frases inconexas como “la de los españoles muy españoles son”, hasta aquellas que al principio nos parecen absurdas pero que, con una buena carga de sorna y sarcasmo, se suelen reír de los interlocutores delante de sus caras, como la muy socorrida afirmación de que, en política, como “el que los líderes se bajen el sueldo no va a significar que acabemos con la crisis”.

En otras ocasiones se apela a mensajes llenos de emotividad. Este último con lágrima incluida. Porque así es mucho más fácil, pues en el imaginario de cada uno ya sabemos cuáles son nuestros puntos débiles. De ahí que algunas veces se haga referencia a la identidad; otras, al factor económico o social; en muchos casos, a lo inmediato, a lo de andar por casa, como fuente directa de emociones más íntimas. Y en última instancia, siempre en busca del conflicto.

Su objetivo principal es alimentar la chispa, el corto circuito, la sorpresa o el sobresalto para bloquear nuestra parte más racional. Sin reflexionar, sin pensar, sin la más mínima crítica, sin poner en duda el nuevo orden impuesto que, sin darnos cuenta y de forma muy sutil, nos han construido a nuestra justa medida, para destruir lo poco o nada que nos queda.

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