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Eempezaba a circular la primavera del 2023, cuando una desdichada campaña publicitaria, pagada con dinero público, en una comunidad cualquiera, que animaba a dejar propina a los camareros. Si mal no recuerdo el vídeo promocional pedía “volver a hacer sonar las campanas de nuestros bares”, haciendo alusión a esos establecimientos que tenían una campana y la hacían sonar tirando del badajo en cada propina, para que los profesionales del sector pudieran cumplir “sus pequeños sueños e ilusiones”. Dicho en otros términos, de lo que se trataba era que los clientes completaran el raquítico salario del camarero. La propina es insoportablemente clasista y perpetúa una costumbre que, a mi humilde juicio, debería desterrarse. Los trabajadores de la hostelería no merecen depender de benefactores que dejen las monedillas en el platillo de la cuenta. No necesitan un empujoncillo con dinero que no cotiza, ni a Hacienda, ni a la Seguridad Social. No obstante seguiré dejando propinas, principalmente en la hostelería, y pero espero que algún día pueda dejar de hacerlo.
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