
Abierto de Noche
Francisco Sánchez Collantes
Martes
Comparto cierto vértigo mediático sobre al alcance de la revolución sistémica que anuncia la novedosa Civilización Digital en ciernes, con su carga de expectativas y de temores sobre el alcance del impacto insolente y caótico, propio de toda revolución, en nuestras vivencias tanto personales como sociales. Y es que liderando los efectos que suscitan mayor alarma, estaría su potencial de reformar el actual sistema democrático representativo en una demagogia digitalizada, en la que la persuasión tecnocrática desplegada a través de la web y redes de troles, sea tan manipuladora que resulte utópico hablar dentro de cuatro días, si es que no cupiera hablar ya, de votaciones libres o de democracia liberal. Porque a poco que se piense, entre la IA y los algoritmos tecnológicos armados para acumular billones de datos emocionales y conductuales que extraen de los móviles y dispositivos informáticos, para amañar luego a su mejor criterio como usan nuestras pasiones y empatías políticas, -además de las inclinaciones consumistas en otros mercadeos-, el panorama es lóbrego. Porque sabrán de Ud., o de mí, más que nosotros mismos y, con su formidable capacidad de gestionar lo que nos hace sentir mejor o peor, alcanzarán un nivel de influencia electoral -y no electoral- invencible: mortal para el sistema democrático. Y así nos impondrán, nos imponen ya de hecho, a los líderes o los valores sociales que prefieran, -vean el caso Trump-, o podrán usar esa información tan sensible para reeducarnos al dictado de unos algoritmos sesgados que hoy ya son capaces de improvisar por sí mismos, en solo unos segundos, relatos falsarios o tendenciosos. Y la pregunta es: ¿quién y cómo vigilará/controlará a la tecnocracia que nos vigila/controla? A ver, es obvio que los votantes siempre estuvimos bombardeados por retóricas pardas: recuerden que hasta Sócrates advertía por eso, de las graves deficiencias de la incipiente democracia ateniense. Y que desde entonces los votantes seguimos siendo meros sujetos engatusados por los políticos, al punto que el engaño sigue sin estar prohibido ni penalizado. Pero el grado de intrusión vigilante y cautivante en manos de las plataformas desregularizadas que campean a su albur es ya tan invasiva como inmanejable y nos conduce de forma inexorable a una dictadura tecnológica de esos señores de los mundos digitales que reconfiguran una nueva civilización despótica.
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