Despotismo digitalizado

Comparto cierto vértigo mediático sobre al alcance de la revolución sistémica que anuncia la novedosa Civilización Digital en ciernes, con su carga de expectativas y de temores sobre el alcance del impacto insolente y caótico, propio de toda revolución, en nuestras vivencias tanto personales como sociales. Y es que liderando los efectos que suscitan mayor alarma, estaría su potencial de reformar el actual sistema democrático representativo en una demagogia digitalizada, en la que la persuasión tecnocrática desplegada a través de la web y redes de troles, sea tan manipuladora que resulte utópico hablar dentro de cuatro días, si es que no cupiera hablar ya, de votaciones libres o de democracia liberal. Porque a poco que se piense, entre la IA y los algoritmos tecnológicos armados para acumular billones de datos emocionales y conductuales que extraen de los móviles y dispositivos informáticos, para amañar luego a su mejor criterio como usan nuestras pasiones y empatías políticas, -además de las inclinaciones consumistas en otros mercadeos-, el panorama es lóbrego. Porque sabrán de Ud., o de mí, más que nosotros mismos y, con su formidable capacidad de gestionar lo que nos hace sentir mejor o peor, alcanzarán un nivel de influencia electoral -y no electoral- invencible: mortal para el sistema democrático. Y así nos impondrán, nos imponen ya de hecho, a los líderes o los valores sociales que prefieran, -vean el caso Trump-, o podrán usar esa información tan sensible para reeducarnos al dictado de unos algoritmos sesgados que hoy ya son capaces de improvisar por sí mismos, en solo unos segundos, relatos falsarios o tendenciosos. Y la pregunta es: ¿quién y cómo vigilará/controlará a la tecnocracia que nos vigila/controla? A ver, es obvio que los votantes siempre estuvimos bombardeados por retóricas pardas: recuerden que hasta Sócrates advertía por eso, de las graves deficiencias de la incipiente democracia ateniense. Y que desde entonces los votantes seguimos siendo meros sujetos engatusados por los políticos, al punto que el engaño sigue sin estar prohibido ni penalizado. Pero el grado de intrusión vigilante y cautivante en manos de las plataformas desregularizadas que campean a su albur es ya tan invasiva como inmanejable y nos conduce de forma inexorable a una dictadura tecnológica de esos señores de los mundos digitales que reconfiguran una nueva civilización despótica.

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