Antonio Lao
El silencio de los pueblos
La dinámica geográfica de la provincia de Almería en las dos últimas décadas es compleja, aunque similar a lo que ha sucedido en otras de nuestro entorno. El crecimiento de población se ha acumulado en la costa, salvo honrosas excepciones y la despoblación ha aumentado de forma progresiva en el interior. La pérdida de ciudadanos iniciada con la emigración de los sesenta y setenta a Cataluña, Francia, Alemania y Suiza, sólo ha sido capaz de frenarse en el litoral, con el desarrollo turístico y agrícola como elementos dinamizadores y creadores de riqueza, que han cambiado por completo la fisonomía de esta tierra.
Especial relevancia merece el crecimiento que viven -aún hoy día continúa-, localidades como Roquetas de Mar, El Ejido, Vícar, Adra o Níjar, por este orden, aunque alguna otra del Levante como Pulpí, Huércal Overa, Cuevas del Almanzora, Mojácar y Garrucha no le han ido a la zaga. En todas ellas se ha conjugado de forma perfecta el desarrollo turístico con el agrícola, sin aparentes choques que desestabilicen uno en favor de otro o se hagan daño mútuamente.
Nada nuevo bajo el sol. La luz y trabajo de aquellos que pueblan esta tierra, que han sido capaces de reinventarse una vez más para situar a Almería dentro de las locomotoras del desarrollo regional y nacional.
Al margen de cómo se ha producido y si hemos sido capaces o no de arbitrar un crecimiento sostenido y sostenible, atendiendo todos los factores que en la sociedad actual se mantienen como estándares del buen hacer, lo cierto es que obviando las estadísticas, los avances son notables y a tener en cuenta.
Pero si hemos sido capaces de avanzar en riqueza y población en la costa, el debe lo padecemos, de qué forma, en el interior. Pueblos otrora con solera e inasequibles a la pérdida de población durante siglos llevan camino de desaparecer o quedarse como refugios de fin de semana para los amantes de la naturaleza o, simplemente, de los nostálgicos cuyas raíces familiares aún te unen al lugar donde naciste. Muchas han sido, son y posiblemente serán las iniciativas que se tomen para tratar de revertir casi un imposible. Nada o casi nada de lo que se hace tiene la capacidad o la fuerza para modificar si no ya una defunción prematura o el cierre de la persiana, si recuperar el esplendor que un día se vivió y que hoy se me antoja imposible.
El arraigo aún hoy es capaz de atar a los pueblos a aquellos que se niegan a marchar y el teletrabajo, con las condiciones necesarias, puede ser una opción a tener en cuenta para aquellos que las ciudad los supere y pretendan otra forma de vida, más calmada, no sólo para ellos sino para sus descendientes. Recuperar la calle sin miedo a un atropello o a encontrarte con compañías no buscadas es una posibilidad que cada día se valora más. Se da más importancia a vivir que a crecer sin vivir o sin vida. Que cunda el ejemplo.
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