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Luces y razones
Que debamos a Julio César, en el año 46 a. C., el reparto de los días en los meses del año, o, unos dos mil quinientos años antes, a los egipcios y su calendario solar, que ya contaba 365 días, es razón para que, en estos posmodernos tiempos, siga respetándose la sabiduría de la Antigüedad. Además, con el fin del año a pocos días, motivo para adoptar una buena costumbre romana, llegado enero. Era Jano, en la mitología romana, el dios de las puertas -tomadas como símbolos de las entradas y las salidas- y, asimismo, de los comienzos y de los finales, con la mirada hacia el pasado y el futuro, por lo que el dios se representa con dos caras. De su nombre en latín, Jano, se llegó a “janero” y “enero”. En ese mes, los romanos -que solo estaban locos en las proclamas de Obélix el galo- eran dados a la reflexión y a preparar o predisponerse para los retos que se pretendían alcanzar en el tiempo venidero. Luego tampoco nada nuevo hay en la repetida, aunque no pocas veces inefectiva, práctica de formular buenas intenciones con el estreno del año. La prosperidad, así, es un deseo compartido, casi un comodín de las felicitaciones que, a ser posible, debería quedar al alcance, por ser cosa favorable, propicia y venturosa. Por eso, con este amanecer en el Mediterráneo, que el desperezo del año nuevo anuncie prosperidad y no la retire de sus meses.
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