Describiendo el desfiladero del aire

20 de noviembre 2024 - 03:09

Nadie nos dijo que teníamos que estar siempre activos, expectantes, vigilantes. Con las mandíbulas describiendo el desfiladero del aire, con la piel rasgada por el fuego de la noche, con el sabor amargo de la madrugada coronando los últimos estandartes de la tarde.Nadie nos dijo que la justicia y la igualdad se luchaban día a día. Que no se dejan morir en un tosco y torvo libro. Que la democracia le pertenece al pueblo. Que somos nosotros su alimento, el pan con el que se unce los labios. Que nosotros somos quienes damos sentido a ese espejismo que algunos nos quieren romper y que sin embargo no nos concierne. Que somos los herederos de los nadie. De aquellos que siempre han sufrido los embates de la historia. De los mismos que salen al mundo con la camisa sudada y las manos cansadas, agrietando hasta las últimas heridas de su dolor.

Nadie nos dijo que nuestra bandera debía ser la cal viva en las cunetas; que nuestro himno tenía que oler al eco de sus voces proletarias reclamando el pan y la justicia. Que nuestra seña de identidad debía ser nuestra pertenencia a esos hijos que supieron sobrevivir a la dictadura de la sangre y del odio. Que se presentan junto a nosotros con la mirada limpia y con la responsabilidad de cambiar todo aquello que no huela a muerto.

Nadie dijo que esto fuese fácil. Nadie nos advirtió. Y sin embargo, lo que no esperaban es que en algún rincón de nuestro cuerpo se hallase un ser que aún existía: libre al fin, de buenas costumbres, conscientes, con la inquebrantable voluntad de vencer; dispuestos a luchar por aquello que le pertenece: el pan y el trabajo. La lucha y el insomnio. La libertad y el abismo.

Así es como se convida a realizar las más grandes gestas de la humanidad. Un ser solo dispuesto a dejarse hasta la última gota de sudor por ver a su pueblo en paz, por dejarles a sus hijos el único legado que les pertenece: la dignidad. Y después de todo, cuando ya las arrasadas banderas ondeen en un mundo que no les concierne, cuando los hombres y las mujeres se levanten un día más sin saber qué cielo incierto les espera, que nada ni nadie lamente la pérdida de aquello que no supo defender. Que ya nada ni nadie suplique una justicia que nunca tuvo en cuenta a sus hijos, a los bendecidos por el hambre, a los designados como pobres, a los mártires, a los restos de una sociedad que insistía en subsistir sin aquellos que daban sentido a la vida: la humanidad.

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