Luis Ibáñez Luque

La desconexión

16 de agosto 2024 - 03:07

No hace falta ser doctor en psicología ni leer 35 libros de autoayuda para saber que es muy necesario desconectar. El verano es uno de los momentos preferidos del año para permitirnos muchos de los supuestos «lujos» que la rutina anula: dejar de trabajar unos días, visitar sitios donde no hayamos estado antes, volver a nuestro lugar seguro donde nos sentimos realmente libres; momento idóneo para leer, asistir a conciertos, salir, hablar, pasear, jugar, entretenernos con aquello que más nos llene, hablar con los nuestros, con amistades, con la familia, hacer visitas de esas que en otras fechas nos resultan complicadas…

«Desconectar es sobre todo un estado mental», nos dirán los grandes gurús del coaching. Es cierto, porque si no hay predisposición a la desconexión, ésta es imposible, pero no seamos ingenuos. Ayer se hizo público el dato de que un 18 % de trabajadores (no digamos las personas en paro o con otro tipo de dificultades) no pueden permitirse ni siquiera unas pequeñas vacaciones, dejar de trabajar o escaparse unos días fuera de su ciudad.

El destino ha hecho que como profesor nunca haya trabajado en contextos muy desfavorecidos. La mayor parte del tiempo tengo alumnos/as que cualquiera definiría como «normales», en todos los sentidos, pertenecientes a esa extensa clase media en que nos gusta incluirnos a todos. A los pobres no les suele gustar reconocerlo, además de que todos nos hemos tragado aquello de que ya no hay clases sociales, la lucha de clases no existe (es un invento comunista, maligno) y por tanto, todos somos «consumidores», por igual. Sin embargo, muchas veces he escuchado comentarios como: «nunca había estado antes de senderismo», «nunca había ido a este sitio» (muy cercano a casa), o «mis padres nunca van a ninguna parte». Quienes estamos con jóvenes sabemos que hay una gran soledad, acentuada por los horarios de trabajo, las separaciones, las situaciones de desventaja, las bajas expectativas («yo dónde voy a ir»), problemas y más problemas en los que los últimos y principales afectados siempre son los más débiles: los niños y niñas.

Tengamos presente que la realidad va mucho más allá de lo que rodea a nuestro ombligo y que toda esa amplísima gama de grises será la que nos encontremos cuando volvamos a las aulas, en septiembre. Mientras tanto, sigamos disfrutando y promoviendo la desconexión, como un derecho, para todas las personas.

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