Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Ensalzar a un asesino no es una manifestación histórica, y actual, infrecuente. Bastantes regicidios sanguinarios, por ejemplo, se tuvieron como tiranicidios redentores. Pero hogaño, en esta modernidad que, como el pensamiento, no solo podría ser metafóricamente líquida, sino gaseosa, que un joven de veintiséis años asesine a un alto directivo de una compañía de seguros médicos, con cincuenta años de edad y padre dos hijos, puede convertirse en un acontecimiento encomiable. Las explicaciones psicológicas acuden al efecto halo, más o menos próximo al característico de la primera impresión, por el que un rasgo de una persona, sea el caso de su atractivo físico, puede influir en otros no precisamente agradables. Así puede ocurrir con este norteamericano, nieto de un inmigrante llegado de Sicilia que logró enriquecerse acaso al modo del “sueño americano” hecho realidad. Los antecedentes que señalan las investigaciones llevan a cierta inestabilidad de las entendederas de este joven, inclinadas a variopintas y desnortadas causas, a pesar de contar con rico origen familiar, estudios medios en un instituto elitista, titulación de ingeniero informático -la pistola que utilizó podría haber sido fabricada mediante la impresión en 3D- en una prestigiosa universidad y viajero por el mundo sin restricción de gastos. La salud, sin embargo, no le ha acompañado tanto, pues fuertes dolores de espalda le hicieron pasar dificultades y limitaciones, como en el caso de la intimidad física, por lo que encontró la poco recomendable ayuda de los libros, precisamente, de “autoayuda”. Las redes sociales, de sobra ambivalentes, que también son frecuentadas por este joven, amplifican su resolución asesina como si fuera una gesta y hasta la mercadotecnia obtiene beneficios con la imagen o las palabras impresas en las balas que acabaron con la vida del directivo. Tampoco ha de faltar, en este infausto suceso, la “hibristofilia”, una malsana desviación sexual que lleva a la excitación y al deseo de relaciones íntimas con responsables de crímenes y asesinatos, por lo que no escasearán cartas y mensajes con ofrecimientos a tal fin. Perturbaciones del comportamiento aparte, tomarse la justicia por las propias manos no queda lejos de este fatal desenlace, pues en las más instintivas disposiciones de la voluntad permanece el deseo de venganza y se custodia el ocio, sin que las puertas que los encierran aseguren el confinamiento y libren del desatino.
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