Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
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Los viejos éxitos de la política siempre vuelven. La gracia está en cómo cambian de campo los argumentos. En 1992, José María Aznar llamó pedigüeño a Felipe González por pelear y conseguir en la cumbre de Edimburgo de la UE duplicar los fondos estructurales en el presupuesto comunitario. Ahora, al epígono de Aznar Moreno Bonilla le indigna que le consideren pedigüeño, por pedir para Andalucía lo que “le corresponde y lo que merece”, como hizo González en Escocia aquel invierno. A la santa indignación de Moreno le falta originalidad y sobreactúa para hacer creíble su desplante de andalucista recién llegado. Es postureo. Al PSOE también se le ha ido la mano con la cacería y el montaje en el caso de los ERE. No todos los condenados eran culpables, pero ahora no todos los convictos son inocentes.
Con el cupo catalán pasa lo mismo. Marta Rovira, ha vuelto a España tras seis años huida de la Justicia. Reivindica terminar lo que dejaron a medias y empezar por un concierto económico como el vasco. El PSOE simula no estar de acuerdo, pero lo estuvo hace 16 años. La ejecutiva de los socialistas catalanes (PSC) aprobó el 4 de febrero de 2008 un manifiesto electoral para las generales de marzo de aquel año, en el que reclamaba un nuevo sistema de financiación, para conseguir “la equiparación progresiva entre los ingresos de la Generalitat [que presidía Montilla] y los que proporciona el sistema de concierto en el País Vasco”. Una ministra del Gobierno de Zapatero, Carme Chacón, encabezó la candidatura con esa demanda, que perjudicaba a Andalucía; entonces y ahora. Hay que recordar que el concierto vasco no está en la Constitución. La disposición adicional primera habla de “actualizar el régimen foral”; el cálculo del cupo lo pactó una débil UCD con el PNV en 1979.
También vuelven a ponerse de moda los cordones sanitarios, acción que excluye la colaboración con ideas políticas incompatibles con la democracia liberal. El 7 de julio lo ha aplicado en Francia el arco parlamentario clásico, de gaullistas a comunistas, e incluso la izquierda radical. En lo que va de siglo no ha sido práctica habitual. La extrema derecha ya ha encabezado gobiernos, ha participado en coaliciones o ha apoyado ejecutivos en la Europa del norte, del centro y del sur. En Francia, François Mitterrand intentó en 1986 evitar la victoria de gaullistas y centristas, y cambió la ley electoral –mayoritaria a dos vueltas– a proporcional. No evitó la victoria de la derecha, pero Jean Marie Le Pen consiguió entrar en la Asamblea Nacional con 35 diputados. Vox, socio de los lepenistas ahora, acaba de sorprender a los españoles con un cordón adverso: ha roto sus coaliciones con el PP por la reubicación en la península de 347 niños inmigrantes no acompañados. Los considera un peligro.
En cada repetición se aprende algo.
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