Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
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Aunque parezca salido de una película de Stanlye Kubrick o Tarantino, no, no es así. Me temo, mi quiero lector, que por esta vez no podré estar a la altura de las circunstancias.Hace poco se ha empezado a sacar el seguimiento o la identificación de determinados estratos o colectivos de la sociedad de los que están siendo sujetos por el mero hecho de tener un perfil étnico diferente –eufemismo que se le quiere atribuir ahora a la persecución que en determinados momentos de nuestra más reciente historia se han realizado en España por razón de raza o de color de piel-. En los barrios, en los controles de los aeropuertos, en las entradas de las discotecas. Al fin y al cabo, el mero hecho de entrar en un local o establecimiento, mientras el personal de seguridad de turno –opositor frustrado a la guardia civil o a la policía nacional- te persigue por los pasillos.
Si es cierto que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en estos años –según van adquiriendo más competencia y experiencia- se han ido sensibilizando en los controles aleatorios –otra forma más de explicar muy edulcoradamente los controles arbitrarios por razón de raza, sexo o religión-. Superando pues este obstáculo que a muchos ciudadanos durante los últimos cuarenta años de democracia les ha servido para estar estigmatizados por el mero hecho de tener un color de piel diferente o pertenecer a una étnica o cultura no común. Quizás, por eso, en este artículo quisiera recalcar que no es algo nuevo este tipo de procedimientos a la hora de identificar o de perseguir según perfil étnico, sino todo lo contrario. Es un uso y costumbre muy utilizado y estandarizado, más incluso de lo que creemos. Aunque debo de reconocer que ha ido mermando.
Ahora quien coge el relevo son aquellos que en el ejercicio en el auxilio en las tareas de control y acceso de según qué instituciones, se creen que por estar parapetados detrás de un uniforme y creer que transmitiendo miedo o temor pueden someter sus prejuicios, complejos y frustraciones a aquellos ciudadanos que solo quieren ejercer la libertad de movimiento en el territorio que pisan.
Aun así, es obvio que siempre –el ciudadano- estará a merced de las ocurrencias del señor de turno y de aquellos que esperan la mínima para justificar su violencia sobre los demás y siempre habrá un Nerón que tocará su arpa mientras Roma yace impertérrita ardiendo.
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