
Paso a paso
Rafael Leopoldo Aguilera
Vida militar y mis anécdotas
Me despertó el sonido seco del postigo de una ventana al golpear contra una pared, se había levantado viento. Nada inusual por estos lares, como tampoco lo era el malhumor que presentía en su mirada asesina, cuando la vi buscándome entre los setos con el arma entre sus manos. Ya sé que tenía sueño y necesitaba descansar, pero yo nunca había protestado cuando ella trasnochaba y ponía la música a todo volumen. Yo jamás le pedí nada: ni protección, ni mimos, ni techo, como sí lo hacía su gata Lola. La observaba siempre desde mi refugio, y sentía envidia al verla ronronear, mientras la mano de ella se deslizaba por su lomo en suaves caricias. Ante su indiferencia, me centraba en buscar mi felicidad, la primavera me traía ganas de vivir, al contrario que a ella que parecía que le arrecian las malas pulgas. A veces la escuchaba decir a sus amigas que su “churri” le ha salido rana, algo que no acababa de entender, y me preguntaba: que culpa tengo yo de eso? Aunque la verdad era, que por mucho que me fijase, nunca le vi verde, ni cara de anfibio. Será porque soy daltónica. Creo que la razón de nuestros desencuentros está en que las dos llevamos el paso cambiado: yo salgo de noche en busca de citas, y ella se encierra en casa con su “rana” para ver series de Netflix. Se acuesta cansada y cualquier perturbación la saca de sus casillas, como los golpes de los objetos que caen contra el suelo, fruto de las correrías nocturnas de “Lola”. C. Anoche, cuando observé que había asegurado el postigo de la ventana y de nuevo reinó la calma, deduje que en breve se abandonarían en los brazos de Morfeo, y yo podría seguir la marcha que había interrumpido la pérfida, cuando salió a buscarme entre las plantas del jardín, con su mirada iracunda y su zapatilla en la mano. Me sentí mucho más tranquila y relajada, cogí aire, inflé mis carrillos y comencé a cantar con toda mi alma. Quería que se me escuchase con toda claridad allá donde se encontrara mi media naranja, o la naranja entera, que yo para eso tenía buena boca. En el silencio de la noche mi potente canto llegó hasta las afueras del pueblo, y cuando estaba encanada, croando a todo tren, comenzó la fiesta: una orquesta de voces, compitiendo entre sí, rompieron la calma crepuscular. Que maravillosa era la primavera, como se nos calentaba la sangre, que noches de luna..!! Un “alpargatazo” sobre mi reluciente piel verdosa me sacó del éxtasis, que malas pulgas se gastaba la señora y que buena vista tenía. Opté por huir saltando sobre las hojas del estanque sin dejar de croar, no fuese que con esa puntería tan certera desperdiciase la ocasión otra noche más.
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