
La Rambla
Julio Gonzálvez
Pareces más joven
Se nos escapó febrero y nos ha entrado marzo por los dinteles de las puertas del alma de la vida. La Cuaresma ya está aquí. Comienza el 5 de marzo con el Miércoles de Ceniza. La Nada; ésto somos, la fragilidad de nuestra existencia. Son esos 40 días en que la Iglesia Católica nos pide ayuno, penitencia y oración para prepararnos y recibir dignamente la Semana Santa. La trayectoria de nuestra actividad apostólica, cofrade, debe estar siempre asentada en una firme mística evangélica que culminará con un camino de cirios encendidos hasta Pentecostés.
Comenzaremos la Cuaresma a la sombra luminosa del capitular Santo Cristo de la Escucha, a la espera del Vía Crucis en la madrugada del Viernes Santo. La unión con Cristo como acto maravilloso del hombre creyente, se alcanza en la identificación del corazón humano con los sentimientos de su divino Corazón de Jesús en el Cerro de San Cristóbal. Esa identificación se hace más íntima, cuando siguiendo la liturgia de la Iglesia, estudiamos la vida del Redentor viviéndola en toda su amplitud.
En esta Cuaresma, nuestro espíritu purificado en una ascética fuerte, ante las nuestras advocaciones de las Dolorosas en silencio y soledad, ataviadas de hebreas, nos llevará más cerca de aquella unión con Cristo en el Calvario. Es el momento de una revisión espiritual de nuestra conciencia, Es la ocasión propicia para que por medio de una penitencia sentida elevemos más aún nuestro corazón hasta el de nuestro ideal, que no puede ser otro que Cristo, que este primer viernes de cuaresma y del mes de marzo, 7 de marzo, besaremos con unción los sagrados pies de Jesús Cautivo de Medinaceli en la Catedral de la Encarnación.
¿Cómo olvidar? ¿Cómo olvidar aquella tarde lluviosa, cuando el Papa Francisco caminó solo en la Plaza de San Pedro desierta en el año 2020? En medio del silencio del mundo paralizado por la pandemia, su figura avanzaba con paso firme, portando la fe y la esperanza de millones de seres humanos.
Aquella bendición “Urbi et Orbi” nos recordó que, aun en la mayor soledad y el miedo, Dios sigue presente. Su oración ante el Cristo milagroso fue un rayo de luz en la oscuridad, un abrazo espiritual a la humanidad herida.
Hoy, Santo Padre, así como tú oraste por nosotros en aquel momento de angustia, ahora nosotros elevamos nuestras oraciones por tu salud. Que Dios te fortalezca y te bendiga siempre. Paz y Bien.
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