Sin complejos
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República de las Letras
El Insignia navegaba tan estupendo de Cabo Verde a Tenerife con sus 300 opulentos cruceristas americanos a bordo. Estaban dando una exclusiva vuelta al Mundo desde enero. Habían visitado Hawái, Polinesia, Nueva Zelanda, Japón, África… y aún les quedaba Lisboa antes de finalizar su larga singladura de placer en Nueva York. Una travesía que era “una burbuja de felicidad”, como diría una de las turistas de a bordo, por 150000 dólares el camarote. Pero, ay, África occidental, la parte más pobre del continente negro, les tenía reservada una sorpresa: un cayuco con 64 personas a bordo, entre ellas tres niños y una embarazada, y con tres cadáveres, se cruzó a la deriva en la singladura del lujoso crucero.
De repente, como dijo también aquella crucerista, la burbuja feliz se agrietó y los ricachones pasajeros se toparon con la triste realidad. “Fue un espectáculo horrible”, comentó, ver a aquellos desharrapados, escuálidos, agotados, enfermos y desesperados seres humanos jugándose la vida por alcanzar un mundo con más oportunidades para ellos y para sus hijos que el que les había asignado el azar del nacimiento. “Tú allá arriba, con todo –dijo también, compungida–, y viendo a los que realmente les faltaba todo”. Luego, entre la riada de pasajeros que bajaron con sus vistosas camisas de chillones colorines a disfrutar del excelente clima y del ambiente veraniego de la isla canaria, pasaron tambaleantes aquellos desgraciados y los furgones de los servicios funerarios que llevaban los cadáveres al Instituto de Medicina Legal de Santa Cruz de Tenerife.
Fugazmente, se cruzaron los destinos de los hambrientos y deshumanizados subsaharianos y de los potentados que derrochaban su dinero en un larguísimo viaje de placer. Estos, al menos, tuvieron la sensibilidad suficiente para tomar conciencia de su situación de privilegio y, aunque en ningún momento se les permitió interactuar con los náufragos, organizaron para ellos una colecta de dinero, ropa y calzado: “Soy un privilegiado –dijo la crucerista–: a mí me sobra de todo”. Y añadió: “Resulta terrible pensar que llegan a un lugar donde no saben si serán bien recibidos”. “Una cosa es saber de la inmigración –concluyó– y otra es verla con tus propios ojos”.
El azar del nacimiento determina el destino posterior de cada uno. Para que luego el de la motosierra y su amiga, la muñeca diabólica, hablen pestes de la Justicia Social.
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