Antonio Lao
El silencio de los pueblos
La semana pasada reflexionábamos sobre la importancia de la narrativa en la construcción de nuestra realidad. El mismo hecho, narrado desde distintos puntos de vista, puede resultar interpretado antagónicamente. Hoy veremos como la narrativa, utilizada en su forma más abyecta, resulta el eje central desde el que orbitan las diferentes estrategias para generar un enemigo. ¿Pero por qué querría nadie construirse un enemigo? Pues porque al final del proceso obtenemos a un sujeto o conjunto de los mismos desprovistos de sus características humanas y cargados de cualidades diabólicas. Es de esa forma como justificamos nuestro propio odio. Construir un buen enemigo nos exime de la culpa y permite convertirnos en un reflejo de ese ser perverso que supuestamente tenemos ante nosotros. Un enemigo de categoría concede la oportunidad de comportarnos del peor modo imaginable habiéndonos cargado de razones previamente.
Para empezar es importante destacar las diferencias entre un grupo o individuo y otro. Color de piel y religión suelen ser recursos fáciles para ello, pero también lo son señalar ideología, origen familiar o formas de pensar y comportamientos distintos. Una vez señalada la diferencia escalamos a la fase de demonizar esos atributos. Aquí la narrativa sucia tiene un papel fundamental, claro, porque empieza a dar forma al enemigo mediante un discurso machacón que se extiende como una mancha de aceite. Siempre hay un mantra fácil que sirve para consolidar la idea. “X nos roba” , “X viene a quedarse con todo” o “X roba la libertad de Y” suelen ser ecuaciones sencillas pero de tremendo éxito. En la siguiente etapa resulta esencial infundir miedo o preocupación. Aquí vuelve a ser importante la narrativa torticera para reconstruir cualquier hecho de forma que siempre parezcan culpables unos y víctimas otros. Y para culminar se acaba obligando a los indecisos a que se unan a la causa con la vieja fórmula “o conmigo o contra mi”. Y así es como a gran escala se forja un genocidio o a pequeña acabas odiando a tu vecina mientras te parece legítima cualquier barbaridad o estupidez (según el nivel) que se te ocurra para “combatirlo”. Este mecanismo está permanentemente activado en nuestra psique. Todos podemos acabar haciendo uso de él y terminar generando un daño mayor en aras de repeler otro mal que, en ocasiones, tiene mucha menos categoría o que ni siquiera existe.
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