Las cosas son como son

27 de junio 2025 - 03:07

Se han cumplido estos días quince años de la muerte de José Saramago, aunque no lo parezca por la presencia imperecedera, y vicaria, de su escritura. Tres años antes que dejara de estar -con precisa genialidad afirmó que “morir es haber estado y ya no estar-, compuso Las pequeñas memorias, en las que cuenta momentos y situaciones de su infancia cuya lectura es de sobra evocadora y, también, alumbradora, pues importa lo contado y lo derivado. La crueldad infantil resulta una buena muestra de lo antedicho. Escribe Saramago: “Verdaderamente, la crueldad infantil no tiene límites (esa es la razón profunda de que tampoco tenga límites la de los adultos”. Y lo explica con una de sus distracciones infantiles en las riberas del río Almonda, afluente del Tajo, a su paso por la aldea de Azinhaga, no muy lejos de Lisboa, en la que nació el escritor: “¿Qué mal podían hacerme los inocentes batracios, bien sentaditos tomando el sol en los limos fluctuantes, gozando al mismo tiempo del calorcillo que venía de arriba y de la frescura que llegaba de abajo?”. Hasta que el niño de pocos años acertaba con la pedrada: “La piedra, zumbando, las alcanzaba de lleno, y las infelices ranas daban la última voltereta de su vida y ahí se quedaban, patas arriba”. Y ese mismo niño -el escritor que lo cuenta a sus 83 años- proseguía con tan crueles andanzas: “Caritativo como no había sido el autor de aquellas muertes, el río les lavaba la escasa sangre que vertían, mientras que yo, triunfante, sin conciencia de mi estupidez, agua abajo, agua arriba, buscaba nuevas víctimas”. Hay bastante más de evocación de la infancia en este relato que hace memoria de la niñez. Ya que se trata, al cabo, de salvar del olvido los recuerdos, en su ejercicio de memoria Saramago señala que “muchas veces olvidamos lo que nos gustaría poder recordar, otras veces, recurrentes, obsesivas, reaccionando ante el mínimo estímulo, nos llegan del pasado imágenes, palabras sueltas, fulgores, iluminaciones, y no hay explicación para ello, no las hemos convocado, pero ahí están”. Acaso porque los recuerdos no están sujetos a una caducidad uniforme y limitada, sino que reposan en la mente hasta que los activa el casi siempre inexplicable empuje de la oportunidad. Finalmente, no hace falta buscar muchas explicaciones para lo ineludible: “Las cosas son como son, ahora se nace, luego se vive, por fin se muere, no vale la pena darle más vueltas”.

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