A Vuelapluma
Ignacio Flores
Los míticos 451º F
Hubo un tiempo -parece bastante lejano, pero no lo es tanto- en que las cosas no se recibían casi con la inmediatez o en el corto plazo de ahora. La entidad de tales cosas podía ser muy diversa y quizás mejor corresponda decir géneros, término más propio del comercio.
Internet, en ese tiempo solo relativamente lejano, todavía era una expectativa, casi de ciencia ficción, y su uso, con las limitaciones primeras, en modo alguno estaba extendido a los servicios del comercio. El “metaverso” (término no incluido en el Diccionario, pero que acabará figurando) toma hoy el relevo de las expectativas futuras, aunque todavía la conjunción, y la confusión, entre la realidad física y la virtualidad digital sea solo incipiente; mas acabaremos por tener un avatar, una identidad virtual en los entornos digitales, cual si fuera el DNI. De vuelta a las cosas, produce una entrañable añoranza evocar a los cosarios; si bien, quienes aún tienen desahogado el zurrón de los años, por su joven edad, desconozcan de quiénes se trata.
Todavía más, no se hagan a la idea de un tiempo en el que las cosas, los géneros, no se multiplicaban en un sinfín de presentaciones o tipos, sino que estaban a la mano de la memoria y no había que complicarse mucho en la elección, siempre que hubiera para adquirirlos. Los cosarios llevaban entonces de un pueblo a otro géneros diversos y atendían, de ese modo, encargos y pedidos variopintos. A veces, se convertían en representantes y distribuidores, ya que, por mor de las costumbres y del calendario, productos había con general demanda. Así ocurría en las celebraciones navideñas, cuando las grandes cajas de polvorones y mantecados surtidos, una vez abiertas, mantenían un olor sabroso y peculiar.
Acaba de referirse una sinestesia, pues el sabor corresponde al sentido del gusto, que no del olfato, pero por algo se dirá, sinestesias aparte, eso de “huele que alimenta”. Incluso con la evocación, que no forma parte del elenco de los cinco sentidos corporales, cabe oler el recuerdo y hasta distinguir el particular olor de los mazapanes, celosamente guardados hasta que tocaba probarlos. Sí, enfilamos el final de agosto, que no del año, pero un kiosco, El cosario, ha despertado la añoranza.
Quizás no sea mala cosa, en la próxima compra en Amazon, recordarle al joven transportista que es un cosario posmoderno y, también, que cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino distinto.
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