Corazones perversos

31 de mayo 2025 - 03:08

Si antes de ser arrojada al mundo le hubiesen preguntado donde y cuando quería nacer, no podría haber elegido mejor lugar y momento que en el que vio la luz por vez primera. Desde que abrió sus ojos asombrados, descubrió un paisaje lleno de contrastes, la nieve a lo lejos, el mar al fondo, y casas blancas rodeadas de verdes huertas. De niña, había escuchado contar terribles vivencias de un pasado, alejado de su vida a años luz. Había tenido la suerte inmerecida de crecer en el periodo de paz más largo que había conocido su país, y en el seno de una familia acomodada. Sus padres y abuelos nacieron en esa tierra a la que se sentían muy unidos, transmitiéndole su amor por ella. Los veranos de su infancia estaban repletos de felices recuerdos, en particular, cuando volvía al pueblo la familia que residía en Cataluña y en Francia, aunque nunca supo porqué se fueron. La vida en la casa familiar en esas fechas era como un tsunami: niños correteando por el patio, mujeres peroles, y hombres fumando en la calle o en el bar, que era el único deporte que allí se practicaba. Llegado el momento, se traslado a la capital a estudiar sociología, y allí comenzó su colaboración con varias ONG. En esa época volvían muchos españoles que tuvieron que emigrar en momentos difíciles, y deseaban volver a su tierra. Conoció historias tan duras que paralizaban la respiración: separaciones traumáticas de gente que huyó de la violencia o de la pobreza, y no supieron nada de sus familiares en décadas. Presenció emotivos reencuentros de padres con sus hijos, de hermanos y de amigos fundidos en abrazos humedecidos por las lágrimas. El más impresionante fue el reencuentro de su abuelo con un hermano gemelo que huyó a Argentina, y de cuya existencia ella nada sabía. Cuando bajó del avión ambos se abrazaron, llorando al unísono. El tío abuelo, llevaba en su mano la icónica maleta de cuadros marrones de las viejas películas del siglo XX. En casa la abrió para mostrar lo que albergaba: una muda de ropa interior, una camisa blanca y un pantalón desgastado, reposando sobre una montaña de cartas y fotografías de la familia, que fueron el único consuelo que tuvo durante su ausencia. Se hizo un silencio atronador, roto solo por la voz de Adriana Varela, con su álbum “Corazones Perversos”, y el palpitar desbocado de los suyos. Mientras, la TV ofrecía las imágenes del naufragio de un cayuco, sus ocupantes se hundían en el fondo del mar Mortus, junto con las cartas sin escribir, ante la indiferencia del mundo.

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