Francisco García Marcos

La Constitución

Comunicación (Im)pertinente

07 de diciembre 2024 - 03:09

Sin dilación, tras la Guerra Civil Ambrosio de Ávalos trasladó su carrera escultórica a los EE. UU., desde donde la terminaría proyectando al resto del mundo, para convertirse en una figura de referencia. Siempre procuró evitar ser vinculado a Juan de Ávalos, con quien mantenía parentesco lejano, aunque transitaran en la más radical de las antípodas, tanto ideológicas como estéticas. Hasta tal punto fue así que firmó siempre con pseudónimo, como ADAV, para disipar el más mínimo rastro y poder exhibir exitosamente sus obras libres connotaciones indeseadas. Volvió a España en 1977, con discreción siempre, distanciado de manera radical del más mínimo resquicio franquista. Solo visitó el Valle de los Caídos con la intención de orinarse en la base de la cruz esculpida por su pariente. No le dio tiempo, porque antes terminó detenido y trasladado a los calabozos de la Plaza Castilla. Allí coincidió con Solé Tura, que andaba por Madrid haciendo algo de la Constitución de lo que, por cierto, ADAV no se terminó de enterarse bien de qué iba. Estaba allí interesado por una persona que andaba en un lío, que tampoco comprendió bien. ADAV no estaba clarividente en esas circunstancias. Pero Solé Tura lo reconoció. Habían coincidido en una exposición escultórica en homenaje a Gramsci que se había celebrado años atrás en Turín. Así que empezaron a hablar, se citaron para cuando terminara aquel entuerto y, con el tiempo, trabaron hasta cierta amistad. Fue Solé Tura quien, ya Ministro de Cultura, le propuso a principios de los 90 realizar un homenaje escultórico a la Constitución. ADAV vio en ell0 una ocasión propicia para limpiar el honor familiar. Como admirador de la cultura estadounidense ideó una versión hispanizada del Monte Rushmore. En una pared escarpada y casi inaccesible de la Costa da Morte esculpió los retratos cubistas de los padres de la Constitución. Allí quedaron, rodeadas desde el principio de un hálito de misterio y magia, como si el conjunto escultórico fuese capaz de sentir, y hasta de sufrir, los vaivenes de la política española. Cuando los principios constitucionales se han visto vulnerados, el oleaje tempestuoso ha azotado sus fisonomías, hasta el punto de parecer descomponerlas. En los últimos tiempos las cosas no andan demasiado bien para el espíritu constitucional. Algunos jueces se han empeñado en ejercer de políticos, estos han abandonado sus cargos para ocuparse de gestionar sus comisiones, o se han abandonado al juego de la palabrería, como si todo pudiera reducirse a cuatro fastos de chulapa, los privilegiados exigen todavía más e imponen dos (o más) Españas, al tiempo que piden huir de ella y, por lo demás, los ciudadanos vivimos entre la perplejidad, el desconcierto y la certeza de que ya nadie nos representa realmente. Cuando escribo estas líneas tengo la completa certeza de que el conjunto escultórico de ADAV está pasando serias vicisitudes.

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