conflicto, muerte, devastación

No olvides, amigo mío, que quieren enfrentarnos contra nuestros mismos semejantes y el precio será nuestras vidas

05 de junio 2024 - 00:00

Quieren el conflicto. La muerte. La devastación. Nos quieren como la espiga, después de la siega. Depositados en el suelo, en el hueco, en el ataúd. Nosotros somos su moneda de cambio. El precio que hay que pagar, para que algunos sigan manteniendo su nivel de vida. Mientras que, en otros campos, en otros territorios, en otros lugares son las vidas de los otros la que se van, las que se ejecutan, las que se eliminan.

Quieren la confrontación. Las manos en alto. El puño cerrado. La vuelta de la cal en las cunetas. La división de los hermanos. Las muertes de nuestros hijos. En ellos están el pan de su mesa. La zozobra nuestra. Nuestra rendición. Somos la pasta, la estirpe, la raza que sanará sus heridas. Ese es el valor convenido para esta celebración.

Su único objetivo: dañar a su rival, suprimir a su oponente, eliminara el obstáculo. No dudarán en utilizar la mentira, la persuasión, la patraña. El enfrentamiento, primero, será verbal, para lograr así el motivo o la razón que motivaron dicha confrontación.

Sólo admito un único conflicto: el del yo. El del yo, el del ego, contra el propio yo. El del hombre contra el propio hombre. Íntimo, secreto. Donde poder expiar nuestros pecados. Donde poder redimir nuestra soledad y nuestro dolor. Con el íntimo deber de respondernos a nosotros mismos. Donde no hay lugar para dos, ni tres. Donde honestamente nos presentamos ante nosotros mismos: al único culpable de nuestras derrotas. Pero no contra ti, amigo, hermano, compañero mío. No contra el pueblo, ni contra las ciudades. No contra los países o contra las naciones. Aquí no existe ni un solo lugar donde poder odiarnos y alzar las manos los unos en contra los otros. No contra ti, amigo. tú, que empuñas la amistad y la concordia, la hermandad y la humanidad, como quien proclama el pan para sus hijos. Tú, hermano, sangre de mi sangre, cuerpo de mi cuerpo. Tú, amor, junto con el que emprendimos este viaje hace tiempo, despúes de todo lo ocurrido, después de todo lo pasado. Pues en nosotros está esta hogaza de pan con la que poder uncir nuestra hambre. Tú, que siempre blandiste la paz para nuestras agónicas banderas. Tú, que siempre estuviste a mi lado cuando más te necesitaba.

No olvides, amigo mío, que quieren enfrentarnos contra nuestros mismos semejantes y el precio será nuestras vidas, nuestra sangre. Para no terminar aprendiendo que no, que no valió la pena, que nada ni nadie valió la pena.

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