
Antonio Montero Alcaide
La sencilla contrariedad de un récord
Supongo que desde el Neolítico la discriminación y la desigualdad ya formaba parte de un mundo dividido por mujeres y hombres, pero yo no lo sé con certeza. Lo que sí he leído es que en el primer tercio del siglo XX las lesiones de agresiones padecidas por mujeres era del 40%, según la investigación del profesor Raúl Ramírez sobre la Violencia contra la mujer en el primer tercio del siglo XX en Córdoba. Aquella era una agresividad espontánea, primitiva, en la que el límite entre la violencia verbal y la física se rebasaba con una fluidez asombrosa. Pero lo que resulta sorprendente es que en la casuística de estos delitos el 70% de los casos por arma de fuego corresponden a agresiones de género. Escribo a propósito de la reflexión que David Miralles hace en su documental que tuve la ocasión de ver el pasado jueves en el Apolo sobre la actriz almeriense Concha Robles, una mujer nacida probablemente de un error temporal o en un tiempo de inconveniencia, asesinada por disparos de su exmarido mientras actuaba sobre las tablas del escenario del teatro Cervantes. Supongo que en el ADN de la mujer ha existido siempre esa paciencia infinita por construir su historia cargada de peripecias, con tesón, alentadas por ese interés en descubrir la psicología del hombre para enseñarle a vivir y una pasión por conocer la conducta humana de la gente junto a su capacidad de compromiso, mucho mayor que la de los hombres. Supongo que todos sabemos que estamos aquí porque hemos atravesado el cuerpo de unas mujeres que, ya desde el Neolítico, debían formar parte de una estirpe de dragones que engendraban paisajes de testosterona, hasta hoy. Qué es lo que unen los glaseados ángulos de mujeres que han luchado contra los corsés de lo apropiado, lo correcto o lo imposible como Concha Robles y las escritora Carmen de Burgos o María Enciso, el compromiso de las enfermeras Carmen Navarro, Isabel Hernández Aguilar o las contemporáneas como la bailaora Anabel Veloso, la periodista Mar Villalobos o la piloto de vuelo del Ejército del Aire García-Malea, por significar algunas mujeres almerienses. No lo sé. Quizás tengan en común unas hormonas que marcaron un impulso hacia el cambio de leyes escritas para ser inamovibles como la misoginia, el machismo o el desprecio hacia mujeres atravesadas por la ignominia o el sometimiento; quizás en la Biblia alguien se equivocó al nombrar y necesitamos hoy construir un nuevo lenguaje. Pero ellas, que se quedaron sin la piedad de nadie, habitan todavía un mundo de testosterona donde entre las tablas del teatro Cervantes y cualquier escenario del mundo las puertas del infierno están abiertas todo el año.
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