La ciudad de la alegríaLa tapa

Muros llenos de ojos abiertos o entrecerrados que observan el paso del tiempo y el deambular de hormigas de dos patas

09 de mayo 2024 - 00:15

¿qué son las ciudades si no surcos, agujeros y vacíos? Solo hay que sobrevolar una urbe cualquiera, cosa que hoy se puede hacer sin levantarse de la silla y con un simple golpe de ratón, para observar que las ciudades se asemejan a la típica costra resquebrajada de barro que queda la desecarse una charca. Una miríada de polígonos irregulares y de formas orgánicas, que en la mayor parte de los casos se desparraman sobre un manto base.

A poco que uno se acerca empieza a captar matices como el espesor variable de estas cortezas, y la distinta dimensión de las heridas que arañan esta cáscara de naranja. Algunas confluyen en grandes huecos y otras se van estrechando hasta casi desaparecer. Y si bajamos de escala y nos adentramos en estos surcos, la percepción que tenemos de ello es completamente diferente. Estos surcos, ahora cañones y desfiladeros, nos ocultan la información de por donde se encuentra la salida del laberinto.

En estos espacios vacíos es en los que la ciudad ES. Porque todo lo que queda tras las pantallas y muros que conforman las manzanas pertenece a otro ámbito, más privado, oculto y misterioso. Muros llenos de ojos abiertos o entrecerrados que observan el paso del tiempo y el deambular hormigas de dos patas …

Tenemos tramas extremas, como puedan ser el hiperdensificado casco de Marrakech, con sus callejuelas por las que apenas se pueden cruzar dos sílfides sin rozarse, o abiertas y esponjadas como Copenhague, en los que las calles, plazas y avenidas serpean de plaza a plaza encerrando jardines y patios de manzana en una ciudad dominada por el aire. Y siendo tan distintas, y obedeciendo a las opuestas razones de trazado que dieron origen a su existencia, comparten el hecho existencial de ser la red por la que la vida del organismo urbano fluye y riega cada rincón.

Por más años que pasen, y esto se puede apreciar en los vestigios y ruinas urbanas que de pasadas civilizaciones nos han llegado, la urbe ha definido el carácter social y gregario de la humanidad. El ser humado necesita un refugio y un lugar privado para la tribu; un techo que lo cobije y lo proteja de los elementos… y de “los otros elementos”. Pero sin un lugar común propio a la vez que ajeno en el que sentirse libre, a la vez que acotado, arropado y acompañado no es nadie, y ese lugar se llama, ciudad.

APESAR de no haber sido nunca muy creyente

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