El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Brasil fue la utopía de muchos españoles en los años 70, el paraíso en el que las mujeres eran más bellas, más hermosas en toda su plenitud, las playas eran paradisíacas, el ron sabía mejor y el futbol con Pelé a la cabeza era arte e inspiración, al que recuerdo como si fuera ayer en el Mundial de México de 1970. Pues todo eso y mucho más era la cantante carioca Astrid Evangelina Weinert, mas conocida en el mundo como Astrid Gilberto, de padre alemán y madre brasileña. La cantante de voz de seda murió en el verano de 2023, a la edad de 83 años. Hoy, quiero dedicarle este suelto de mi Rambla, porque bicheando hace unos días, de pronto, como el que no hace una cosa…se me apareció y una sensación de felicidad y plenitud me invadió el corazón, el alma y el espíritu. Eran muchos años sin oírla y muy especial este tema.
Por aquella época ya estaba fascinado por las canciones de Astrud Gilberto que escuchaba en aquel cascado tocadiscos. Oía una y otra vez “La chica de Ipanema” o “Garota de Ipanema” (The girl from Ipanema) que compuso en 1962 por Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes. También la cantaron Madonna, Frank Sinatra, Pablo Milanés y Amy Winehouse, entre otros muchos.
En 1965 ya convertida en una famosa cantante de “bossa nova” y estándares de jazz americano –y divorciada en 1964 de su marido Joao Gilberto, aunque mantuvo el apellido para el desarrollo de su carrera profesional-, giró con Stan Getz por Estados Unidos y comenzó a grabar sus propias composiciones. Publicó canciones en portugués, inglés, español, italiano, francés, alemán y japonés. Su ritmo de trabajo, tanto actuaciones en directo como grabaciones se relentizó en los ochenta y noventa, y su último álbum fue “Jungle” en 2002.
Escuchar a Astrud Gilberto, la chica de Ipanema, como se le conoció, es a la vez una frustración por el irreversible paso del tiempo y una sensación de felicidad y plenitud.
Escuchar a Astrud Gilberto, sola o con Getz, con Jobim o con Vinicius de Moraes, es rememorar el sabor de la caipiriña (siempre con cachaza, no con ron), la suave arena de las playas de Copacabana, la samba del carnaval de Río, las imágenes de una película de Cocteau y los goles de Pelé, Tostao y Rivelino, jugando a ritmo de samba.
Cuando llegó a su fin la carrera musical se interesó por la filosofía y la pintura y militó en la defensa de los derechos de los animales.
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