Comunicación (Im)pertinente
Papá Noel robotizado
Por la mañana en la taberna, en la televisión está puesto un canal de toros y expertos taurinos añejos hablan de maestros. Hablamos de escaleras. El sublime elemento grácil de los edificios que te eleva sobre el aire, crea atmósfera y belleza suspendida, gira curva sobre las formas, rodea todo el oxígeno. Era tan fácil subir, porque en realidad estabas bajando. Porque vas a otros mundos a que te enseñen piedras ocultas y todo es terraza de plaza mayor y paseo con más escaleras que esta vez si que bajan. Tenemos por mor del desinterés hacia los monumentos cercanos, una guía solo para nosotros. Una guía que nos explica con cierto acelero cada arco, cada bóveda, cada periodo, cada siglo encerrado en las crujías. Ángeles de madera suspendidos sobre un punto en el talón y tirantes sobre la espalda. Esqueletos observándonos alegóricos. Amplias estancias con bellos mármoles y lujosas maderas, puertas con cuarterones nobles, escudos, bajorrelieves. Una piedad falsa se hace acompañar de una artificial proyección de líneas y texturas. Como si ya el arte no fuese por si suficiente y habría que acompañarlo de láseres y fantasías. Nada es ya suficiente, todo necesita más. En la subida al campanario elevamos una vez más nuestro cuerpo sobre escaleras de caracol de ámbito estrechísimo. Otra vez escaleras, que te elevan toscas hacia el cielo, un cielo lleno de campanas con mecanismos mecánicos eléctricos programados. Ya nunca el campanero subirá a tocar las campanas, ya sólo permanecerán sus muebles para los turistas. De vuelta paramos en esas panaderías de pueblos a los que en años o décadas no he vuelto y terminamos en el castillo cerrado con verjas. El castillo en la montaña, que siempre se ve desde la autovía y es motivos de sueños, algún día tenemos que ir a ese castillo, fortaleza de lejos, murallas fortificadas, torre central almenada, casamatas para la artillería, matacanes y troneras, bastiones y aspilleras. La tarde calurosa termina a sus pies, inexpugnable, gigante ante nuestros cuerpos diminutos fuera. Con todas las fotografías quieres atrapar cada piedra, cada detalle. Pensar en ponerte a dibujarlo en una estancia pacífica una mañana de un sábado de espíritu pleno, cuando fue hace tantos años que ya siempre después o defiendes las murallas de los enemigos o batallas para la conquista con arietes y torres de asalto, todos los días, ya sin ningún día tranquilo.
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