Carta a la madre

No se me pasó la fecha. Sabía que el primer domingo de mayo fue el Día de la Madre. Todavía, pasando la setentena, habitan en mis lágrimas la sonrisa del niño que fui. Su presencia y ausencia quiebran mi voz. Quiero rendir homenaje a todas las madres a través de pequeñas perlas que grandes personajes célebres escribieron a sus progenitoras. Algunas de ellas rezuman un gran amor y preocupación por ellas: Miguel Hernández, desde la cárcel y con principio de tifus, le dice a su madre: “No sufras, come, cuídate, ya vendrán tiempos mejores”.

También Dostoyevski, aunque tenía una personalidad radical, escribe diciéndole que la echa de menos “brutalmente”, que se muere de ganas de verla. Las palabras de Robert Schuman fueron de arrepentimiento: “Querida madre, ¡cuántas veces te he ofendido y he malinterpretado tus sabias intenciones! Perdona a tu hijo, que espera expiar las faltas de su exaltada juventud con buenas acciones y una vida virtuosa”.

Gustave Flaubert muestra una entrega incondicional: “Pienso que nunca querré a otra como a ti, no tendrás rival, no temas”. Parecido sentimiento muestra Mozart, tras perder a su figura materna: “Cuando vi que su vida corría peligro, solo le pedí a Dios dos cosas: una muerte feliz para mi madre y fuerza y valor para mí”. Todas estas madres citadas y las miles y millones en el anonimato han sido rescatadas del olvido donde estaban orilladas por haber tenido un lugar en el corazón de sus hijos.

El pasado domingo, se trató de celebrar la grandeza del origen de la vida que se inicia sencillamente en el seno de la madre y que crece, en la mayor parte de los casos, al calor y alimento que el niño encuentra en sus pechos y en su regazo. Nombrar “madre” es nombrar vida. El día de la madre nos coloca en el umbral de la vida. Pero antes hay una mujer que asume la responsabilidad de lo que implica ser madre en la sociedad moderna y hace plausible que nombrarla sea nombrar vida…y esperanza. Pero, hay algo más, también hermoso, a considerar: las abuelas. Son la madre infinita. Cuando se va una madre, aparecen las abuelas. ¿Puede existir para un hijo algo más grande que una madre que no se acaba nunca? Más allá del tiempo, los hijos seguiremos haciendo camino, reencontrándonos, en la espiral que guardan las rosas en sus tallos y hasta el crepúsculo en un hilo de vida estarán en nuestros corazones.

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